Juan Diapolo, la camisa del hombre feliz

Su casa la visitan estudiantes de ingeniería, arquitectos y curiosos de todo tipo por su construcción bajo tierra. Sus vinos artesanales son premiados, y sus jamones serranos, amados por personalidades del país. Su Cristo de la Misericordia es el monumento más visitado de Villa Calingasta y aún no está terminado, y sus 85 obras en iglesias le han valido el mote de “cura” sin serlo. Es, en casi todo, un autodidacta.

Su cabeza trabaja 25 horas por día y lo lleva a seguir proyectando obras, como el Templo Ecuménico que construye en su propiedad, en Albardón; o la mega escultura de San Francisco que aún no saben en qué provincia se construirá.

Pero nada de esto es lo más importante para Juan Diapolo, su mayor satisfacción es sentirse un hombre feliz y hacer siempre lo que le gusta, sin importar si obtendrá por ello una contraparte en dinero (ya hizo varios trabajos sin cobrar), o si su paga será proporcional a su tarea.

Juan nos trae a la mente el hombre del cuento del novelista ruso León Tolstoi, “La camisa del hombre feliz”. En esta historia, el rey estaba enfermo y para curarse necesitaba la camisa de un hombre feliz, pero el único hombre feliz de su reino no tenía camisa. Y como ese hombre feliz, Juan no necesita camisa, es puro compromiso con la satisfacción de vivir plenamente. Es lo que transmite, y es así como vive.

“La gente cree que soy un cura y soy una persona normal, un creyente que trata de actuar siempre bien. Mi vida ha sido muy linda, muy rica, desde que nací que fui un regalón hasta ahora siempre hice lo que quise y trabajar en lo que te gusta es la mayor felicidad”, aseguró.

Las 85 obras religiosas en las que participó Diapolo, como la ermita de la iglesia de Concepción, la iglesia de Las Tierritas, el rediseño de la iglesia del Chinguillo, la iglesia de Villanueva, la iglesia de Alto Calingasta y La Isla, son las que hacen que la gente crea que Juan es cura, o que dejó los hábitos, pero no. Esta tendencia en su trabajo estuvo marcada por su espíritu y su formación cristiana, y que sintetizará con su Templo Ecuménico que estará abierto a todos y para todos (ver nota aparte).

Dice que en sus obras lo ayudó el hecho de tener una formación técnica muy buena, “muy avanzada y amplia”, fue muy buen alumno del colegio San José de donde egresó como técnico constructor.

 “Pero esto del diseño ya es vocacional, es algo innato, ya vino cargado adentro mío. El Cristo de la Misericordia ya lo conocen hasta en Estados Unidos y en todo el país obviamente, y lo que le falta a esa obra es tan impresionante como lo que está construido”, aseguró.

Agregó que no tiene fotos guardadas de las obras que hizo “porque siempre miro para adelante, creo que lo mejor es lo que está por venir, la foto la tengo en mi cabeza”.

Juan con los protagonistas de Cocineros Argentinos.

La habitación búnker

“Vení que te muestro”, decía Diapolo mientras bajaba las escaleras desde el comedor de su casa, en el mismo predio donde tiene la bodega.

Juan construyó su casa con una particularidad: su habitación es subterránea, a casi 3 metros bajo la superficie. ¿Por qué? “Porque las cuevas, las cavernas, conocerlas y habitarlas está en la psiquis del hombre desde el inicio de los tiempos y es algo que no ha cambiado”, aseguró.

Luz natural en la habitación subterránea.

Pero también está la cuestión ambiental y cuidado de la salud: la habitación no necesita calefacción ni refrigeración.

Allí abajo tiene luz natural con dos aberturas al costado cuya luz proviene de la superficie. También la ventilación es natural y se regula en invierno y verano gracias al sistema Venturi según el cual el aire entra por orificios chicos del exterior y sale por uno grande. Esto permite sacar el aire caliente en verano y cerrando los orificios en invierno se logra mantener  una temperatura constante de 13 grados. “Me arreglo con una manta y preservo mi salud”, dijo.

Ventilación y luz natural.

Una pintura de Arturo Sierra dominaba una gran pared y él contó que junto a Mario Pérez y  Eduardo Esquivel usaban la técnica del espatulado y formaban un mismo grupo en sus inicios. “No lo vendo ni por toda la plata del mundo”.

La obra de Arturo Sierra

Como en el resto de sus construcciones en El Milagro, la caña ocupa un lugar importante. En el techo de su casa usó caña encofrada con un resultado muy estético. “Esto es un rancho contemporáneo”, dijo.

“La caña me gusta porque es barata y porque tiene un contenido social muy fuerte. Hoy abarca todas las clases sociales y en el pasado ha sido el techo y el abrigo de todas las familias. Yo amo la caña por su valor social y la aplico en todo lo que pueda. Hice decoraciones, artefactos, muebles, usarla es una forma de demostrar que no se necesita mucho dinero para hacer las cosas. Porque si tenés mucho dinero comprás todo hecho ¿cuál es la gracia? Pero usar una materia prima barata que hasta molesta a veces, se incendia, se quema para limpiar campos, se puede aprovechar para una vivienda. Donde la ocupas no pierde el sentido social, estuvo y sigue estando en la familia y hoy está en el rancho pero también en la casa de mucho dinero donde la caña está de moda”, contó.

Las obras en la ampliación de la Ruta 40 Norte hacen que menos gente se acerque hasta su bodega y productora de jamones, El Milagro, pero en el futuro será la autopista que llevará turistas a raudales. Allí trabaja junto a sus tres hijos y su colaboradora y ahijada, Lorena.

“Estoy muy feliz, todo lo que me ha pasado en la vida ha sido extraordinario. La posibilidad de cobrar si quiero o no hacerlo, mi libertad, mi espiritualidad y agradecimiento total a la vida son todo. En esta etapa de mi vida mi mayor descubrimiento es que sé que me voy a morir y no me resisto a eso, no me paraliza. Mi vida es mi hobby”, dijo Juan sin camisa y con pullover, feliz.