La leyenda de la Mulánima, una mujer maldita

Ruidos de cadenas en la noche parecen ser el mal anuncio de lo inevitable. Un rebuzno agudo y metálico como salido del mismo infierno llena el aire y crispa la piel. Es la Mulánima, el alma de una mujer maldecida por Dios cuya alma pena en las noches asustando a la gente del pueblo.

Esta es la base de la leyenda de la Mulánima o alma de mula que se repite en todo el norte del país, incluso en San Juan, con diferentes versiones, como corresponde a toda leyenda que se precie de tal.

En Santiago del Estero dicen que la Mulánima fue una chica buena que cometió incesto con su padre y hermano y por eso fue maldita. En Jujuy aseguran que fueron dos hermanos los que se unieron y engendraron una niña que cargó con el peso de su pecado transformándose en la Mulánima.

San Juan tiene su propia versión de esta leyenda que la ubica en las serranías de Valle Fértil. Replicamos la escrita por la historiadora Elina  Elizondo de Corzo, según la versión popular e incluida en el libro “Historias, leyendas, cuentos; poesías y relatos”.

“Hace muchos años, cuando la Villa San Agustín tenía pocos habitantes que se dedicaban a la ganadería, sus calles eran angostas y solamente pobladas tres cuadras de Este a Oeste. No llegaba todavía la luz eléctrica y la plaza estaba alambrada en toda su superficie por los animales sueltos que durante la noche salían a comer y pisoteaban las plantas y flores.

La calle principal era la Rivadavia, que costeando el lado norte de la plaza terminaba en una pequeña lomada al Oeste donde en la cima de la misma se divisaban tres cruces que recordarían, según la tradición, el asesinato de tres caciques yacampis durante el levantamiento indígena de 1636.

Cuentan nuestros abuelos que pasando la medianoche de ciertas noches de luna llena, cuando el silencio invadía las calles de la villa, un sonido estridente similar al llanto de una mujer, bajaba de las serranías apareciendo sobre la lomada de las tres cruces una mula negra brillosa, totalmente ensillada con aperos de fino porte, el freno se destacaba por detalles labrados en oro y plata. El animal, que tenía los ojos desorbitados y dilatados, bajaba al galope por calle Rivadavia hasta Entre Ríos, y al llegar a Santa Fe se detenía sintiéndose más fuerte los lamentos o llantos en la esquina y buscando la puerta de la única casa que había, se paraba en dos patas con bravos movimientos. Según se decía, allí vivía una mujer que estudiaba la magia negra. Luego continuaba su loca marcha hasta el cementerio donde sus lamentos dejaban de sentirse.

Cuando el animal pasaba, los perros se enloquecían en llantos pavorosos y los equinos se escapaban del lugar con fuertes relinchos. Algunos paisanos, en rueda de fogones, comentaban que en cada relincho, la Mulánima emanaba “fuego por su boca” como si fuera un dragón.

Cuenta la leyenda que un hombre del pueblo apostó con otros amigos que se le acercaría y trataría de montarla, para ello la esperó una noche, bien pasado en copas y la enfrentó. Nunca pudo recordar lo que pasó, solo amaneció durmiendo en un corral lejos de su casa. Otros afirman que a quienes se le acercaba insistía el animal con movimientos para que le saquen el freno y dejar así su boca libre. Por su relación o visita al cementerio en noches de luna llena, el pueblo la llamaba “La mula-ánima”.

Los vecinos insistieron en la creación de un puesto policial que se logró poco tiempo después. Cuando había noches de luna llena los policías en su guardia, temblorosos esperaban su recorrido, pero la Mulánima no pasaba. Según afirmaban era porque llevaban una cruz en la visera y además fueron dotados de rosarios bendecidos enviados de la capital de San Juan. El pueblo estuvo convulsionado por la aparición de la Mulánima durante mucho tiempo y su efecto se demostraba porque al bajar la tarde las calles estaban desiertas, todos estaban adentro de sus casas rezando temblorosos. Hasta que un día llegó un sacerdote que invitó a todos a la lomada de las Tres Cruces, allí rezaron con fe y regaron con agua bendita el recorrido que hacía el temible animal pidiendo que regresara a los designios del mal de donde se habría escapado.

Desde entonces la Mulánima es solo un recuerdo de la presencia de algún espíritu maligno que, sabe Dios por qué razón, visitaría este tranquilo lugar vallisto”.