oro

La sorprendente historia del oro escondido en el cerro Pie de Palo

San Juan es tierra fértil en leyendas y relatos míticos repetidos en fogones y transmitidos de generación en generación, que son parte inalienable de la cultura y la tradición local.

Algunas historias son mas conocidas que otras y ésta en particular, el tesoro escondido en el cerro Pie de Palo, es de las menos repetidas y tiene detalles que comparte con otros relatos de tesoros, algunos de ellos ya publicados en Destino San Juan como el tesoro de Osorio, el oro de Juan Pobre, en la Sierra Chica de Zonda; o el oro escondido en el Morado de Valle Fértil.

En la primera mitad del siglo XX muchos se aventuraron a buscar estos tesoros en las montañas sanjuaninas. Pero de todos los cerros, el más traicionero es el Pie de Palo, ya que, según dicen, un camino nunca es de ida y vuelta, los senderos y las lomas suelen cambiar de lugar.

En el libro “Devociones y relatos míticos de San Juan”, Edmundo Jorge Delgado relató bajo el título Misterio en Pie de Palo,  una historia que se corre de la leyenda y se ubica en lo factible.

En él, Delgado contó que hubo un periodista, Fidel Carrión, que conocía datos concretos de una expedición realizada por un chileno, un porteño y un sanjuanino que buscaban el tesoro. Ellos sabían qué camino seguir ya que habían podido acceder a las crónicas parroquiales de Caucete que confirmaban esta historia.

Ese grupo tenía un derrotero que había llegado sus manos por intermedio de una crónica eclesiástica de un cura párroco de Caucete, fray Remigio Albarracín, en la que figuraba la ruta a seguir para dar con el supuesto tesoro.

Estos hechos ocurrieron entre fines de la década del 50 y comienzos de los 60.

“El lugar en que se encontraban es el llamado cerro Pie de Palo, más antiguo que la misma cordillera de Los Andes. Este macizo ubicado a unos 45 km al Este de la ciudad de San Juan tiene un largo aproximado de 35 km y un ancho de 12 km con una altura máxima de 3.162 m sobre el nivel del mar”.

Pie de Palo

Ese cura párroco fue el confesor de Pablo Zelán, un nativo conocido como Juan Virgen, que vivía en el cerro Pie de Palo.

“En el fin de sus días el indio confesó, en agradecimiento a quien ya era su compañero y amigo, que siguiendo un derrotero se llegaba a una cascada, un salto de agua fresco y cristalino detrás del cual se hallaba una tinaja repleta de oro, producto de su largo y solitario trabajo”.

El profesor Delgado relató que la expedición partió en la mañana.

“Todos estaban nerviosos y con una notable ansiedad, parecía que los datos que poseían se aproximaban mucho a la verdad. Llegando a culminar el recorrido que tenían previsto se encontraron con lo que tanto anhelaban, una hermosa cascada se divisaba ante sus ojos asombrados, rodeados del paisaje de abundante vegetación y grandes rocas multiformes y coloridas que parecían observarlos”.

Ese era el lugar y allí debería estar el oro. Comenzaron a buscar y cuando estaban en esa frenética tarea escucharon muy cerca unos alaridos “fuertes y espeluznantes que no eran humanos y pusieron en estado de pánico a la expedición”.

Ahí estaban paralizados de miedo cuando se produjo un fuerte temblor de tierra. “Los animales de carga se echaron en el lugar y fue imposible moverlos de allí. Luego de momentos repletos de angustia e incertidumbre se decidió abandonar el lugar para nunca más regresar”.

Delgado cerró el relato con las palabras de Octavio Gil sacadas de su libro “Tradiciones sanjuaninas”, de 1948: “Esta aventura conmovió tanto a la población de San Juan que nadie quiso hablar más de la arriesgada empresa. La gente de la región, con algo de sangre india, asegura que el Robinson de Pie de Palo o el fantasma de los riscos, es el guardián del tesoro de Juan Virgen que vaga en las quebradas del cerro, hasta que el venerable Fray Albarracín, el día del juicio final, venga a retirar su áureo regalo”.

Otro relato de la misma aventura

En la página web El arcón de la historia también relataron esta aventura ocurrida en San Juan.

“En 1801, el indio lagunero Pablo Zelán, conocido como Juan Virgen, enfermo de viruela y sintiéndose próximo a morir, solicitó de fray Remigio Albarracín los auxilios espirituales.

Tranquila ya su conciencia, en prueba de gratitud, suplicó humildemente al religioso que escribiese a su dictado el derrotero y la ubicación del mineral que había enterrado en Pie de Palo. El confesor así lo hizo, y guardó silencio sobre esta confesión”.

La historia quedó allí. Pero 75 años después, todo lo que el padre Albarracín había anotado producto de esa confesión fue hallado en el archivo. Entre viejos documentos estaba el “lavadero de Pie de Palo” autenticado por el mismo padre Albarracín.

“Juan Virgen comienza dando una detallada descripción del camino que hay que tomar para llegar a ese famoso lavadero de oro que se hallaba en Pie de Palo:

‘Llegado así a un valle con piso blando y mucho pasto y puesto en él se camina al naciente hasta dar con un cerro alto donde se ve una aguada con agua dulce que emana de una piedra. Allí está el oro en grano en gran cantidad. A un lado del agua hay un cuerno de vaca que yo mismo dejé’, según confesó Juan”.

El 18 de noviembre de 1876, en el diario “La Voz de Cuyo”, se publicó una nota sobre el creciente interés que por esa época había despertado en “los espíritus emprendedores” la exploración de las zonas mineras de San Juan.