Alcázar

Cerro Alcázar: la leyenda del cacique Huazihul

Como toda leyenda, la del cerro Alcázar suele tener varias versiones. Este cerro, ubicado en Calingasta, ofrece un paisaje exquisito de formas y colores que parece “puesto” en medio de un paisaje que no lo acompaña. Esta leyenda es la relatada por el escritor sanjuanino César Guerrero, en su libro “Lugares de San Juan”.

El cerro Alcázar era el lugar elegido por el cacique Huazihul para resguardar a su tribu después del último levantamiento colectivo, en el año 1632. Guerrero señala que los aborígenes siguieron manteniendo en jaque a los españoles, sobre todo aquellos que moraban en Calingasta al mando del fornido Huazihul, que fue el último cacique.

“Huazihul pagó caro su tributo al coraje y rebeldía de su pueblo al tratar de mantener su hegemonía en las tierras que le pertenecían por derecho propio, es decir por herencia natural de sus antecesores.

La gran rebelión habría fracasado pero Huazihul, impertérrito y atento a todos los movimientos que se operaban en la incipiente ciudad, irrumpió un día en ella con su gente creyéndola desguarnecida. Pero los españoles no se habían descuidado después del mencionado movimiento y el capitán Diego de Salinas y Heredia, encomendado desde Chile a tal efecto, acechaba agazapado el momento que no tardó en llegar para dar el escarmiento definitivo a los inadaptados indígenas”.

Entonces, el castellano salió al encuentro del cacique quien al ver que los españoles tenían más armas y más hombres dio media vuelta y regresó a su guarida, el Alcázar.

“Pero antes de emprender su retirada pudo alzar como un ave de paso a una linda española que atraída por la estampa del hermoso cacique, o descuidada por la novedad del malón, se dejó llevar en brazos de la audacia, pues ésta había sido el principal motivo de la arremetida del intrépido huaykil o jefe de los huarpes.

Salinas de Heredia esperaba desde hacía tiempo el momento de poder enfrentarse con su colega indio y se lanzó en su persecución hasta penetrar en los propios dominios del fugitivo, quien al verse perseguido se internó en las montañas a fin de eludir la acción en procura de esconder la codiciada presa en lugar seguro de su escondido Alcázar”.

El capitán español era muy hábil en el manejo de las armas y lo único que quería era medirse con el temido Huazihul.

“Siempre al frente y primero de vanguardia, el denodado castellano penetró en la quebrada del cordón aludido quedando como elevado ante un nuevo espectáculo que se le presentó de pronto a la vista y dijo: ‘¡un alcázar!’. Su exclamación no fue el producto de una alucinación, sino la visión real de una fortaleza igual que aquellas construidas en su patria por los árabes, como el alcázar de Toledo.

En un primer momento creyó sin duda encontrarse ante la presencia de algún destruido castillo y cuando se disponía a buscar su entrada sintió de pronto en pleno pecho el impacto de una flecha arrojada con certera puntería por el paladín de su pachamama desde lo alto.

El momento fue de expectación: la sorpresa de uno y la desilusión del otro, pues Huazihul al observar que su arma no había producido el efecto anhelado, por estrellarse su flecha en la malla metálica que cubría el torso del prevenido peninsular, bajó al llano y arrojó por fin su inútil arco y dando un furibundo alarido salvaje, saltó al frente del adalid odiado”.

El encuentro no fue largo: el cacique dio un mazazo y partió en mil pedazos el escudo del cristiano. “Un solo instante tuvo Salinas de vacilar y tambalearse, dice la crónica. La ancha hoja de Toledo, contestando el golpe abrió enorme boca en el desnudo pecho del guerrero, por donde fugó la vida con la sangre del último amta huarpe que cayó para siempre ante el asombro de la tribu, que huyó despavorida por los vericuetos del Alcázar dejando tras de sí el insepulto cadáver del valiente que defendió como un gran hombre los dominios de sus mayores”.

Señala Guerrero que con la desaparición del arrogante Huazihul se quebró para siempre la resistencia huarpe en San Juan, quedando desde entonces expedido el camino a la conquista.

“Huazihul había muerto en la ley y en su propia morada, pero su nombre se seguiría repitiendo en el ambiente repercutiendo a través de la historia y de la leyenda que ha llegado hasta nosotros para decirnos que el espíritu del huarpe gime aún en las páginas de aquella como una protesta por la extinción que se hizo de su estirpe. Se dice que cuando algún desconocido viola sus soledades en el Alcázar, ruidos extraños se sienten en su interior, principalmente al promediar la tarde cuando el sol ha escondido sus fulgores mirando al Aconcagua.

Pero si el curioso se detiene a observarlo en la noche de plenilunio, cuando la calidad del ambiente alumbra de frente a las figuradas torres, se advierte en la cima de éstas la silueta de un jinete sobre su caballo blanco, como alado, llevando en sus ancas una mujer. Es Huazihul huyendo con la española raptada, que se pierde en las inmensidades del encantado castillo para esconderse de sus perseguidores y desaparecer de la vista, como nube barrida por el viento. ‘Es el alma en pena de Huazihul señor’, se nos dicen el lugar, que vuelve por su cuerpo que quedó insepulto después de haber sido muerto por el conquistador español.  Y la imaginación que corre tan ligera como la leyenda, no tarda en ver que la figura del arrogante paladín huarpe se diluye por la serranía del Alcázar como en los cuentos de Las mil y una noches, esfumando su secreto”.

(Fuente: Cesar Guerrero, Lugares históricos de San Juan, Editorial Sanjuanina, 1963)

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