Cruzar la cordillera de Los Andes en cualquier cosa que no sea un auto es todo un desafío. Cruzarla en bicicleta requiere un temple especial. En la travesía se debe soportar frío extremo (bajo cero aún en verano), calor intenso de día, vientos implacables, una altura máxima de 4.780 msnm, mucho polvo entre los dientes y cansancio, mucho cansancio.
Nada de esto perturbó las ganas de Paula García Sánchez y Alexis Fredes (alias el Pampa) que este 29 de diciembre de 2024 iniciaron el cruce de la cordillera en bicicleta por el Paso de Agua Negra, en San Juan.
Llegaron a La Serena en la tarde del 1 de enero de 2025, un día después de lo previsto, exultantes de satisfacción, habían logrado su primer cruce en bici a los 30 años.
Ella dejó inconclusa la carrera de Composición Musical para dedicarse a la Programación y él es patinador en línea profesional. A mediados de 2024 Paula se quedó sin trabajo, con la indemnización se compró la bicicleta y empezó a soñar con cruzar la cordillera.
No era una idea nueva, tenía eso guardado desde los 13 años cuando una amiga de coro le contó que su papá había cruzado a Chile en bicicleta. Imposible, pensó Paula, y el desafío durmió por casi 20 años en su cabeza.
“Empecé a hablar con gente que lo había hecho, y a contar que lo quería hacer. Fui recolectando experiencias, miedos, porque también cuando yo hablaba y decía lo que quería hacer me miraban raro, me decían que estaba loca, que era imposible. Yo sentía que era el momento, sentía que era ahora que no tenía trabajo, tenía tiempo y la edad.
Creo que no lo hice antes porque pensaba que no era capaz, que era mujer y me iba a pasar algo, aunque después saqué ese pensamiento de mi cabeza y me di cuenta que podía hacer todo lo que yo quisiera. En principio yo lo iba a hacer sola hasta que mi novio decidió acompañarme”, contó Paula.
Entrenamiento a full
En septiembre de 2024 proyectó el cruce para diciembre, había poco tiempo para entrenar. Es que si bien Paula y Alexis ya había realizado viajes en bici, al sur y al norte del país, cruzar la cordillera es otra historia, tenían que entrenar duro.
Se inscribió en el grupo Spirit Mountain Bike que tiene como profesores a Carlos Pollo Comastri y Beatriz Cárdenas, les contó su plan, tenía que ser diciembre para aprovechar las vacaciones de la familia en La Serena.
Le dijeron que la podían entrenar pero que iba a ser muy difícil, tendría que trabajar más que el resto del grupo que había empezado a entrenar en febrero, ella tenía el tiempo contado.
“Fue difícil agarrar ritmo, los chicos andaban muy bien son personas que compiten, hacen carreras, y yo siempre me quedaba atrás, con el tiempo y gracias a que es un grupo muy unido logré empezar a tener más ritmo y fueron pasando los meses en mi entrenamiento.
Los profesores me ponían a hacer más fondos, que son entrenamientos de más de tres horas, entonces, por ejemplo, me mandaban a dar dos vueltas al dique Punta Negra que desde mi casa son 83 kilómetros”, relató.
Para ella no era un sacrificio. Sabía que tenía que ir más allá de sus límites mentales y físicos si quería lograr su meta, superar el dolor y el miedo.
Entonces, a veces salía sola a hacer este circuito y pensaba que en realidad no era nada comparado con atravesar la cordillera. “Era como que lo tengo que hacer porque es lo que yo quiero hacer, porque es a donde yo apunto, es lo que necesito. Y también era confiar en lo que me decían mis profesores, porque capaz yo pensaba por qué necesito dar dos vueltas a Punta Negra, y bueno ahí me daba cuenta que más allá del dolor corporal era la cabeza, poder aguantar siete horas de pedaleo, y seguir haciéndolo en silencio. Era lo que necesitaba hacer para cumplir este sueño”.
Toda oportunidad era buena para entrenar y cuando Alexis fue a competir a La Rioja ella aprovechó para hacer la cuesta de Miranda. Después el grupo fue a la Difunta Correa.
No era solo el entrenamiento físico, sino también conocer la bicicleta, cosas que fue aprendiendo de su profesor el Pollo Comastri. La ruta a Chile no solo es saber andar en la montaña, también tiene 80 km que no están asfaltados.
“El Pollo me dio clases de bicicleta y también me enseñó sobre la bicicleta, el siempre que puede te da una mano, te arregla a la bici, la pone en punto, así que también dé a poquito fui aprendiendo cosas”, dijo Paula.
Largada desde Rodeo
El viaje fue bien planificado, cada día tenía un tramo y los refugios donde podrían hacer noche y descansar, comida y agua en los morrales, unos 15 kilos cada uno. El 29 de diciembre salieron de Rodeo donde habían pasado la noche en la casa de una amiga.
El primer día fue bastante sencillo, salieron a las 5 de la mañana y llegaron al primer lugar de acampe a las 7 de la tarde, pedalearon unos 76 km más o menos.
“Desde Rodeo hasta ese punto nunca paró de subir, desde pendiente 1 hasta la pendiente 10 que llegamos, ahí empezó el ripio eso también te dificulta la pedaleada, más el peso de la bici y el viento en contra, son muchos factores que hacen que vayas muy lento, estoy segura que hay personas que quizás lo harían más rápido pero bueno, era nuestra primera experiencia en altura. Además no era una carrera, era disfrutar el paisaje y la experiencia”, contó Paula.
Es imposible cruzar la cordillera y no parar a contemplar su eterna belleza, los colores que cambian con la luz del sol, la blancura de los glaciares, la composición armoniosa de las nubes en el cielo cristalino. Y en ese silencio, las montañas hablan.
En ese primer campamento se encontraron con un grupo de escuela que tiene andinismo y estaban acampando a 3800 metros sobre el nivel del mar. Al otro día se levantaron y estaba todo congelado ya que por la noche la térmica fue de unos -10°. Desayunaron tranquilos y salieron a 11 de la mañana con viento en contra.
El segundo día fue más difícil, fue la etapa de las zetas, desde abajo los chicos miraron el camino hacia arriba y vieron algo que les pareció humo, pero era el polvo que levantaban los autos en su marcha. Ahí tenían que llegar, la zona del glaciar y los Penitentes.
“Esa fue la parte más difícil porque si bien ya estábamos aclimatados con la altura la respiración se nos hacía muy corta, muy rápida, como agitada. El viento era muy fuerte, sentía mucho frío y un poco de náuseas, creo que era por el esfuerzo. Cuando teníamos el viento en contra caminábamos y después nos tocaba el viento a favor y subíamos a la bici. Y así, caminar, pedalear, caminar, pedalear, y yo lo único que me repetía en ese momento era ‘a la tarde voy a estar bajando, a la tarde voy a estar bajando’. Y miraba la hora esperando que llegue la tarde”. Una eternidad.
“La gente que iba pasando nos daba mucho apoyo, bajaban la ventanilla del auto y nos aplaudían, nos hacían gestos de fuerza con los brazos. Algunos frenaban o bajaban la velocidad para ir a nuestro ritmo y nos miraban para asegurarse de que estuviéramos bien. Unas personas que pasaban en moto nos dieron agua y unos brasileños frenaron para preguntar cómo habíamos hecho porque ellos querían hacerlo también”.
Debían superar unas 14 puntas de la z que dibuja el camino, Paula empezó a contar zetas, 1, 2, 3, 4… era algo que hacía siempre que entrenaba para que la cabeza supiera que así faltaba menos.
De repente eran las 4 de la tarde y estaban arriba pensando que ahí empezaban a bajar, pero no. Aún había una subida, el viento se puso más intenso, caminando llegaron al límite de Argentina y Chile.
“Veíamos el cartel del límite a lo lejos, estábamos con ropa corta y nos dio mucho frío, nos vestimos, llegamos, sacamos una foto y como a las 6 de la tarde ya estábamos bajando”.
Fue en esa bajada cuando a Alexis se le rompió un elástico de la carga y un chico que pasaba en camioneta le dio otro elástico para que siguiera con mayor seguridad.
Más abajo encontraron un lugar para acampar y hacer ahí la segunda noche.
Etapa final
Era el tercer día y aún quedaban 240 km. No había avanzado mucho pero si habían hecho la peor parte. Estaban desayunando cuando pasó la familia de Paula que se iba a La Serena.
“Eso fue como un choque de realidad porque había sido muy duro realmente y poder abrazar a mi mamá, a mi hermana, ver a mi sobrinito, me hizo sentir donde estaba parada. Estaba a 4000 metros sobre el nivel del mar con mi pareja, hicimos algo muy difícil el día anterior y aún faltaba mucho, pero estaba ahí después de meses de cranearlo, de entrenar y bueno fue como que me cayó la ficha”.
-¿Te apoyaron tus padres?
-Mi papá fue el que más seguridad tuvo, me apoyó siempre, nunca dudó de que lo iba a lograr porque un poco obstinada soy. Mi mamá tuvo mucho miedo y dudas, me preguntó mucho sobre cómo lo pensaba hacer, se quería quedar tranquila de que yo estaba haciendo todo lo posible por cubrir los escenarios posibles. Tuve todo el apoyo, mi hermana también tuvo miedo pero nunca dudó de mí.
El tercer día fue de bajada, todo por ripio, ahí se rebozaron de tierra porque los autos pasaban a mayor velocidad. También se comenzaron a ver puestos de animales y en ese tramo se le rompió la cubierta a Alexis. Trataron de arreglarla con una cinta especial, pero los esfuerzos eran vanos.
“Fue un momento medio caótico, se nos estaba haciendo la noche, eran las 6:30 veíamos que el sol se estaba poniendo en la montaña y estábamos muy lejos, era 31 de diciembre, no había más movimiento, no pasaban más autos, en la aduana nosotros habíamos sido los últimos y no venía más gente”, relató Paula.
Decidió bajar sola por ayuda. Se despidió de Alexis en busca del próximo pueblo a 20 kilómetros. Mucho antes de llegar encontró una familia que iba a pasar año nuevo ahí, al lado del arroyo, y ellos los socorrieron. La suerte estaba de su lado después de todo porque el conductor era mecánico de bicicletas.
Mientras tanto Alexis había logrado ajustar la rueda y venían bajando cuando Paula lo iba a buscar en auto. “Mi novio llegó solo y estas personas nos invitaron a pasar año nuevo con ellos pero decidimos seguir porque todavía estaba de día, eran las 7:30 y en una hora más llegábamos al pueblo”.
En Huanta, Valle del Elqui, oasis de la IV Región, pasaron año nuevo. Paula le había pedido a la familia de su novio que le escribiera unas cartas para el 31 y su familia le mandó cartas a ella con Alexis, fue una sorpresa.
“Pasamos año nuevo ahí en una casita muy humilde, en un pueblito perdido de Chile, leyendo las cartas de nuestras familias, eso fue muy lindo, muy emotivo, estábamos llorando y nos abrazábamos y llorábamos”.
El cuarto día arrancaron bien, desayunados y descansados. Empezaron a pedalear en el kilómetro 107 y tenían que llegar al cero, así que fue otra cuenta regresiva eterna. Decidieron ganar tiempo y no parar para almorzar, fueron comiendo bocaditos de membrillo, frutos secos, geles, y agua con hidratador.
Estaban muy cerca de la meta, más motivados que nunca, aunque con viento en contra, doble esfuerzo otra vez.
“Yo pensaba que lo que quedaba era todo bajada, pero no; hay una parte que tenés que bordear un cerro y un dique, pasar por un túnel, así que todo eso fue subida, con viento en contra y con cuatro días de pedaleo encima. Fue difícil hacerlo, había mucho tránsito en esa zona, autos, camiones, motos, íbamos muy concentrados. A las 5 de la tarde del 1 de enero llegamos al Faro de La Serena, me esperaba mi familia”.
Era el fin de una travesía de película, pero quienes conocen a Pula y a Alexis saben que ya están pensando en el próximo viaje, porque después de todo somos lo que hacemos y las historias que tenemos para contar.