Nadie antes que ellos había recorrido ese camino, por eso ni los baqueanos sabían por dónde ir. El 18 de enero de 1934 un grupo de intrépidos polacos fue el primero en hacer cumbre en el cerro más alto de San Juan, el Mercedario, de 6.770 metros de altura.
Fue toda una hazaña, no solamente porque fueron los primeros sino porque los recursos para hacer frente al clima y a la montaña, hace 91 años, eran limitados. No existía la tecnología en telas y calzado para el frío extremo, ni herramientas adecuadas para escalar.
La historia quedó plasmada en el libro “Más alto que los Cóndores”, cuyo autor es Víctor Ostrowski, quien fue parte de la expedición de 1934.

La conquista del Mercedario se gestó en la cabeza de Jodko Narkiewicz, “quien después de prolongado zarandeo eligió por fin a los candidatos que a su entender representaban la flor y nata del alpinismo polaco, no solo en cuanto a las condiciones físicas y preparación técnica sino por su capacidad intelectual y dotes morales”.
Los elegidos eran: S. Daszynski, geólogo; Adam Karpinski, meteorólogo; Stefan Osiecki, operador de cine; J.K. Dorawski, médico; Víctor Ostrowski, fotógrafo; y Jodko Narkiewicz, jefe expedicionario.



En diciembre de 1933 los alpinistas fueron hospedados en Calingasta, en la estancia del doctor Aldo Cantoni, quien en nombre de su hermano, por entonces gobernador de San Juan Federico Cantoni, los agasajó con descomunal asado criollo.
También fue Cantoni quien costeó los servicios de los baqueanos, Alfredo e Ignacio Flores, Leoncio Parra y Manuel Donoso, y su tropa de mulas.
El grupo partió desde Tamberías para atravesar el portezuelo de Ansilta y caer al río Blanco, luego remontaron el Bramadero y encararon el Nevado por su flanco Norte.
“La imprecisión para describir la ruta de ascenso hasta los 5.000 metros se debe a que los mismos baqueanos desconocían aquella zona, y si hoy la sabemos tan fácil y clara es porque alguna vez nos subimos a las espaldas de aquellos ilustres predecesores”, señaló Beorchia Nigris en su libro “San Juan tierra de huarpes”.

“Todo era novedad para los polacos, desde el impactante desierto andino, a los penitentes, desde las dolorosas consecuencias de la primera jornada a lomo de mula, a la raquítica y adaptada presencia de la vegetación xerófila”.
Las anécdotas
“Las cactáceas eran para ellos y por antonomasia el símbolo del América legendaria, el signo palpable de que se encontraban realmente en los dominios del inca y en las tierras del huarpe, lejos ya de los umbríos bosques de su Polonia”.
Karpinski se metió a la boca el fruto de un quisco con cáscara y todo, creyendo que era todo comestible. Estuvo con la boca abierta durante horas, “no se sabe bien si para demostrar la admiración por tan selecto manjar o a causa de los penepes que le atormentaban la lengua”.
Ostrowski quiso cocinar garbanzos durante dos días, sin ablandarlos, hasta que se dio cuenta que el agua a 4000 metros hierve a unos 80 grados y por tanto ciertos alimentos no se consiguen cocinar. Los garbanzos quedaron duros, pero los comieron igual.
Los polacos instalaron el campamento base a una altura de 4.420 metros, sobre la ladera norte del Mercedario. Allí se quedaron varios días disfrutando del sol y el magnífico paisaje.

“Pero ya sabemos que en esta vida la felicidad nunca es perfecta. El médico Dorawski los persiguió con su jeringas para las diarias extracciones de sangre, y como cabe suponer, estas tendencias vampirescas le valieron el apodo oficial de ‘El Vampiro’”. Hoy el oxígeno en sangre se puede medir con un aparto diminuto que se coloca en el dedo (sin pinchar) llamado oxímetro.
Luego de este periodo de aclimatación, El Vampiro declaró aptos a los alpinistas el 15 de enero de 1934.
Siguiendo el relato de Ostrowski, la vestimenta y demás equipos que llevaban los había diseñado Karpinski a quien se le atribuyó el invento de la indumentaria llamada ‘cebolla’, que consistía en varias prendas livianas de lana y seda intercaladas a tejidos de malla abierta que creaban un colchón de aire protector.
El primer campamento de altura fue instalado a los 5.200 metros, por encima del sitio hoy conocido como Pircas de Indio. Parece que colocaron las carpas junto justo sobre un hormiguero.

“¿Un hormiguero a tales alturas? La misma pregunta se formuló a sí mismo Karpinski mientras se quitaba el pasamontañas para sacar las hormigas metidas entre el pelo. Su melena quedó tiesa como si en vez de pelo tuviera alambres, descubrió así el raro fenómeno de la electricidad estática”, relataba B. Nigris.
El 16 de enero acamparon sobre el glaciar de La Hoyada, a 5.800 metros de altura. Allí se dividieron en cordadas de dos personas cada una, con la idea de tener más posibilidades de triunfo y agilizar la ascensión.
Karpinski y Ostrowski cruzaron el glaciar para luego encarar la ladera Norte del nevado, directamente bajo la cumbre. Lo mismo hicieron Narkiewicz y Dorawski, pero se plegaron algo más hacia el Este; mientras que la cordada Daszynski – Osiecki prefirió seguir el filo rocoso que sube hasta el diente y que corresponde al actual ruta normal de acceso.
“Esa noche los primeros dos grupos vivaquearon a la intemperie ‘con una temperatura para interiores’ según palabras de Ostrowski, de 15 grados bajo cero.
La mañana después, el 18 de enero de 1934, Karpinski y Ostrowski hollaron victoriosos la cúspide del gran Mercedario, sin imaginar que 500 años antes ya los incas habían estado allí pero por otros motivos. Abajo, un mar de nubes cubría los valles”, relató B Nigris.
Sus altímetros marcaron 6.800 metros, aunque las mediciones posteriores dieron los actuales 6.770 metros. Cuatro horas después llegaron Daszynski y Osiecki, agregando sus propias piedras a la pirca levantada por los dos primeros.
Narkiewicz y Dorawski, el par que quedaba, abandonó la idea de hacer cumbre a causa del soroche y regresaron al campamento base.

Y el oro…
Ostrowski relató que en una de las recorridas exploratorias buscando una vía de acceso al Valle Colorado, los polacos descubrieron el fabuloso tesoro de la Laguna Blanca, ¡oro!, ¡montones de oro!, “una riqueza incalculable como jamás se vio”.
Estaban eufóricos y mientras se guardaban las pepitas de oro en los bolsillos y alforjas proyectaban financiar con ese metal su próxima expedición al Himalaya, flasheando con viajes de aproximación al lomo de elefante .
“Era tanto oro que les pareció hasta demasiado. Por fin Ostrowski, como despertando de un sueño, notó que el metal era muy liviano y cayó en la cuenta de que se trataba de la vulgar pirita”, a la que se la conoce en el campo como el ‘oro de los tontos’.

Días después, los expedicionarios traslomaban al Valle del Colorado por el cordón de Los Contrabandistas, es decir bordeando el Cerro Negro. “Esta ruta es extremadamente difícil para las mulas y no fue repetida hasta el día de hoy. Creo que los polacos nunca sospecharon ni ponderaron en su justa medida la extraordinaria hazaña realizada por los arrieros sanjuaninos”, destacó B Nigris.
¿Y luego bajaron y se fueron a su casa? No.
En el Valle del Colorado hicieron ascensos y exploraciones, venciendo La Ramada, de 6.410 metros, la cumbre sur de La Mesa, de 6.000 metros; y el Alma Negra, de 6.120 metros.

Después descubrieron e intentaron escalar la majestuosa pirámide de roca y hielo que ellos bautizaron ‘Pico N’ ya que no figuraba en los mapas, no pudieron con ella. “Hoy nosotros lo conocemos como Pico Polaco. Desde el Valle del Colorado se dirigieron luego al Aconcagua venciendo el techo de América por el glaciar que tomó su nombre, glaciar de los Polacos”.
Son muchos los que narraron que después de la Segunda Guerra Mundial, Víctor Ostrowski regresó a la Argentina y vivió en Buenos Aires hasta el año 1974. También volvió a San Juan. B. Nigris contó: “nosotros lo acompañamos a Barreal para admirar juntos una vez más el inolvidable Mercedario”.
