Una escultura sobre el escritorio da idea inequívoca del lugar, la cabeza del pelado Geniol sólo puede ser sinónimo de farmacia.
Las paredes de la oficina están repletas de fotos familiares, distinciones y recuerdos del club de sus amores, Independiente. De frente, los retratos colgados de Arturo Illia y de Raúl Alfonsín, sus ídolos políticos, ambos fueron presidentes, ambos radicales a los que conoció; también conoció a otro presidente radical, Arturo Frondizi.
En una esquina, la imagen de la Virgen de Luján en su cajita de cristal.
En la mañana del sábado, Alfredo Barceló está trabajando, y no sería nada extraordinario salvo porque tiene casi 85 años, sin embargo, él no piensa quedarse en su casa de pantuflas. Todos los días camina una cuadra desde su hogar para ir a su farmacia De Luján, en el corazón de la Villa Aberastain, en Pocito.

No hay pocitano que no lo conozca y muchos pueden dar fe que en alguna oportunidad les tendió la mano con algún remedio que necesitaban y no podían pagar.
Alfredo es hijo de otro destacado de Pocito, Ismael Barceló, fundador de las farmacias De Luján en 1950, cuando en el departamento había una sola farmacia, Riveros.
No sólo heredó de su padre la próspera empresa familiar, también le dejó sus valores esenciales y su filiación al Radicalismo, “Illia fue el mejor presidente que tuvo este país”, dijo Alfredo

Y aunque ellos fueron tentados varias veces para ocupar cargos públicos, nunca quisieron trabajar desde la política, “porque el que tiene un negocio no debe trabajar en cargo político”, sentenció.
Ser radical es tradición familiar. Su abuelo era afiliado a la UCR, su padre también, “yo saqué la libreta de enrolamiento y me fui a afiliar, mi hijo hizo lo mismo, pero yo no hablo de política. Hay que respetar a todos”.
“A Illia lo conocí una vez que vino a San Juan (en 1964), había salido de la escuela Industrial, tendría 18 años, y vi mucha gente en el cine Renacimiento, me acerqué y me dijeron que estaba Illia que era presidente. Tuve la suerte de saludarlo en persona, Toda la familia Barceló es radical, por tradición”, contó.
También se cruzó con Alfonsín, a quien admira.

La historia con Frondizi es distinta, lo conoció en Buenos Aires cuando le dieron una copa por ganar un campeonato de tiro del Ejército, cuando Alfredo era conscripto.
“Yo quise hacer el servicio militar, aunque me podía salvar. Ahí somos todos iguales, nadie es ‘el hijo de’. Me tocó ser el chofer del jefe del regimiento y tenía que llevarlo a misa todos los días, nunca comulgué tanto!”, recordó entre risas.
Un día llevaba el equipo de tiro a Caucete y le preguntó a un oficial si podía tirar, le dijo que sí. Era su primera vez, tiró a 300 metros y resultó bueno porque el oficial lo pidió para formar parte del Equipo de Tiro. El jefe le dijo que no al principio, pero terminó aprobando.
El equipo sanjuanino llevaba dos años ganando el primer lugar como campeones argentinos y ese año volvieron a ganar todo, por eso a los campeones les dieron la baja de honor. “El presidente Frondizi nos entregó los trofeos, uno de ellos tenía más de dos metros de alto y era de plata”.
Después de eso, nunca más practicó tiro.

Vida en la montaña
Cuando recorre su historia, Alfredo pasa por un mar de sensaciones que van de la nostalgia a la alegría, de la tristeza a la satisfacción.
“No me interesa el lujo, vivo humildemente”.
Su padre Ismael se había instalado con su familia en la Estancia Barrialito, a 12 kilómetros al Oeste de la Villa Calingasta, para trabajar en el aserradero familiar. La estancia pertenecía a los hermanos Cantoni.
En esa naturaleza agreste y magnífica, en una casa de adobe donde no había electricidad ni red de agua potable, Alfredo pasó parte de su infancia. La escuela estaba frente a su casa y asistían muchos hijos de chilenos.

“Se sufría mucho, el clima era extremo, el camino era imposible, mi papá tenía un Ford A modelo 30 en el que se iba, pero no volvía porque se le quedaba el auto siempre. El aserradero estaba al lado de la casa, era de mi tío y mi papá era el capataz”, relató.
En esa época conoció a los hermanos Cantoni, Aldo iba casi todos los días a su casa.
“Más allá de la historia, para mí eran excelentes personas, tengo muy buenos recuerdos de los Cantoni, que eran dueños de casi toda Calingasta hasta Rodeo”.
Hace poco tiempo, su hijo Mauricio lo llevó (sin aviso previo) al rancho de Barrialito, donde vivió desde los 5 hasta los 10 años.
“Nos bajamos, estaba el dueño de la finca y le pedimos permiso para entrar, le conté mi historia con ese lugar. Entramos y cuando quise acordar estaba solo… llorando… Lloré por mi padre y mi madre, por lo que habían sufrido ahí… fue un momento muy fuerte”.

Aún estaba en pie la escuela vieja y estaba el banco donde él se sentaba. Después supo que Mauricio lo seguía, escondido, sacando fotos.
“Muchas veces los hijos no valoramos que lo que hacen nuestras madres, yo soy muy defensor de la mujer porque trabajan tanto o más que nosotros. La mujer es mucho más inteligente que el hombre, son más vivas, en el buen sentido lo digo”.
Con Pocito en la sangre
Después de cinco años, la familia volvió a Pocito donde Alfredo terminó la primaria y la secundaria; y fue cuando le dijo a su padre que no iba a seguir estudiando porque quería trabajar y ayudarlo.
Para entonces Ismael se había asociado con Humberto Castro y juntos abrieron la farmacia De Luján.
En esa época, Alfredo entró a trabajar en la Caja de Crédito de Pocito como tesorero, tenía un muy buen sueldo y además recibían reparto de ganancias entre los empleados. Ahí trabajó 20 años.
“Mi padre siempre nos dijo: ‘En Pocito todo, si tienen que invertir lo hacen acá’”.

Un día Alfredo le dijo al socio de su padre que querían comprarle su parte del negocio y Castro, que ya era un hombre mayor, le dijo que sí. Se la compraron en cuotas; renunció a la Caja y se puso a trabajar en la farmacia, y trabajó mucho, en jornadas de 24 horas.
Un día, a las siete de la mañana, cayó una inspectora de Salud Pública y lo amonestaron severamente porque no estaba el farmacéutico y quería cerrar el local. Entonces Alfredo hizo el curso de Auxiliar de Farmacia, aunque en el instituto (que dependía de la Universidad) le perdieron el título y nunca más lo reclamó.
Con Gladys Palacios se conocieron cuando eran adolescentes, después se pusieron de novios y se casaron en 1965. Tuvieron tres hijos: Mauricio (farmacéutico), Andrea (contadora) y Federico (contador), que les dieron siete nietos.
Alfredo es muy familiero y dijo que cuando se juntan todos los Barceló son más de 300.
Su esposa, su hermana Estela y su primo Rafael son sus columnas. “No conozco hermanos más unidos que nosotros, mi hermana Estela es mi segunda madre”.
Sigue viviendo en Pocito, en la casa que construyó “con mucho sacrificio”, le tomó 10 años terminarla. “Lo que hoy tenemos, nadie nos puede decir que no lo hicimos trabajando”.
En 2024, el Concejo Deliberante de la Municipalidad de Pocito, lo declaró «Vecino Ilustre».

-¿Por qué sigue trabajando?
-Porque esto me da vida, si hubiera dejado de trabajar, primero no funcionan igual las neuronas, además acá me entretengo, acá soy un compañero de trabajo, no soy un patrón.