El rescate de la cultura huarpe: Omta, el jefe espiritual del pueblo

“Un Omta (jefe espiritual) es elegido por el abuelo, y en el transcurso de su vida va pasando por varias etapas. En mi caso soy  Omta Samay Pachay de mi comunidad Pinkanta, pero también de la comunidad Pinkanta San Juan, Mendoza y San Luis, con más de 40 comunidades recuperadas, fortalecidas y empoderadas de derecho”, dijo Miguel Gil a Destino San Juan.

Pero para llegar a ser el gran jefe espiritual de la región, Miguel tuvo que recorrer un largo camino.

Primero hay que ser Samay Matychan, que es el comunicador, el joven adolescente que asume su compromiso con la comunidad huarpe pero también hacia la comunidad no huarpe. Después sigue el Samay Jerkech, que es la autoridad del Consejo de Jóvenes y a ese status le sigue el de Samay Poloktektaktek, que es la autoridad en el territorio, es el conocedor de las plantas y animales pero también de todos sus hermanos de las distintas comunidades del territorio.

La evolución de estos líderes sigue con el  Samay Tayta que un educador, un docente indígena quien luego pasa a ser Samay Nurumya y como tal es parte del Consejo de Ancianos.  Y luego es  Samay Ñerke, el médico, es el que maneja los saberes de las curaciones y de la medicina ancestral y finalmente el Samay Pachay Omta que maneja el equilibrio en la comunidad, es el protector de su pueblo.

“Tayayko yeyenta ya cucha chelay chesye umuk taktek chuymanay cucha tayayko neñe Huarpe Pinkanta”, dice Miguel en lengua huarpe que significa: “El Gran Espíritu proteja al Pueblo-Nación Pre existente Huarpe Pinkanta, el camino de nuestros hijos con la naturaleza, el algarrobo, el sol y la luna”.

Miguel tiene una agenda cargada de actividades por ser el Omta. Realiza los rituales, gestiona programas para las comunidades, da charlas en las escuelas, capacita a los más jóvenes de su comunidad, cubriendo todo el territorio cuyano.

En los últimos años, las comunidades huarpes de la provincia se han reconocido como tales y se han esforzado para organizarse, sacar a la luz su identidad y luchar por su territorio.

Este autoreconocimiento se dio mucho después de la sanción de Ley nacional N°23.302 de protección de Comunidades Aborígenes (1985), el movimiento comenzó a verse después de la reforma constitucional de 1994 a partir de la cual se reconoce “la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos”.

“Puntualmente en la zona de Cuyo (centro oeste argentino) en las provincias de San Juan y Mendoza, desde mediados de la década de 1990, se dio a conocer una activa militancia huarpe en las ciudades y que posteriormente se extendió hacia las zonas rurales. Distinto fue en el caso de San Luis, puesto que las denominadas ‘reemergencias étnicas’ no aparecieron públicamente hasta pasado el año 2000. Fue la comunidad huarpe de Guanacache la primera comunidad originaria en darse conocer públicamente, a través de la prensa local y en ser reconocida por el gobierno sanluiseño”, señaló Aldana Calderón Archina en su ensayo “Reparación histórica” y “municipalización”, el caso de la comunidad Huarpe de Guanacache, San Luis ­ Argentina.

Diego Escolar,  investigador de CONICET-IANIGLA, Universidad Nacional de Cuyo, publicó que existía un “consenso” respecto a que los huarpes desaparecieron hacia fines del siglo XVII o principios del XVIII a raíz de desplazamientos forzosos a Chile, aculturación y/o mestizaje biológico. “Pero a pesar de la ‘narrativa de extinción’, en el período post-independentista existió un persistente -aunque contradictorio- discurso entre los intelectuales y las elites regionales de que la población rural había mantenido una subsumida identidad huarpe”, señalaba Escolar.

En su publicación destacaba que las narrativas (subsidiarias de la narrativa de extinción) de mestizaje y aculturación, no pudieron demostrar la desaparición de los huarpes ante la evidente dificultad para precisar umbrales de cambio racial y cultural que determinen la “pérdida de identidad” en base a una supuesta y problemática “pureza originaria”.

Pero Escolar fue más allá al asegurar que estas interpretaciones “obviaban el hecho de que la cultura es, más que un conjunto discreto de rasgos materiales, una praxis que se materializa en saberes, valores, modos de actuar y representaciones simbólicas, la cual no tiene correspondencia directa y estable con la etnicidad en tanto proceso de formación de grupo, aunque estos se demarquen con base en argumentos culturales.’ Y también que el mestizaje, como base para la imaginación, formulación o institución de identidades o clasificaciones socioculturales, es ante todo un constructo cultural, más que un mero hecho biológico’” (1).

La Comunidad Huarpe Pinkanta (con sede en Caucete) logró concretar un viejo anhelo: la producción de harina de algarroba. Hace algunas semanas llegaron las máquinas y tienen pedidos de varias provincias.

 “Esto tiene que ver con la recuperación de nuestra identidad huarpe. Desde muy chicos para nosotros la algarroba es algo básico, es algo nuestro, es lo que nos ha permitido crecer fuertes y permite que nuestros padres y abuelos estén vivos todavía. Partimos de la base que estas plantas no sólo son alimento sino que son medicina, es comida espiritual”, señaló Miguel.

1)¿Mestizaje sin mestizos?: Etnogénesis huarpe, campo intelectual y “regímenes de visibilidad” en cuyo, 1920-1940