El último rastreador sanjuanino

Por el sendero que lleva al rancho aparece un hombre empapado. Es que llueve desde hace varias horas en la zona y estuvo buscando  unos chivos que se habían escapado. Lleva puesta la capucha, también empapada, y el rifle colgado, un Máuser modelo argentino 1891.

El agua potenció los aromas del campo y con la humedad se impregna en la cara el olor a jarilla y retamo. En esta zona de Divisadero, departamento Sarmiento, no hay otros ranchos a la vista, solo el campo reverdecido y el cerro pletórico de calizas a lo lejos.

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Ossan, “el gaucho”

Adentro del rancho, el hombre se cambia, se pone ropa seca y se toma un trago de vodka para “evitar la enfermedad”. Así como está ahora, con pantalón cargo y camisa de jean, no parece un rastreador, esos personajes admirados por Sarmiento que son capaces de seguir un rastro hasta dar con un animal perdido o con el cuatrero que lo robó.

A Lisandro Próspero Ossan le dicen “el Gaucho”, él asegura con orgullo que tiene sangre huarpe y sangre  francesa. Cuida un rebaño de unas 100 cabras, ordeña la leche y elabora queso fresco para vender, protege sus animales de los pumas, pero también canta y recita con un sentimiento que detiene el tiempo.

En la semana está casi siempre solo en “la choza del gaucho”, la casa de piedra que levantó con sus manos en 1981. Su esposa y su hija menor viven en Los Berros, a 4 kilómetros del puesto donde cría sus animales; sus otros cuatro hijos se casaron y se fueron de la casa paterna.

Lisandro es ese tipo de personas que hacen que uno se pregunte: “¿dónde estuvo en los últimos 50 años?”.

Su rancho es un viaje en el tiempo: ventanas sin vidrios, racimos de uva fresca y pasas colgados del techo (como tenían los abuelos); la ‘cola de peine’ de pelo blanco, que es una cola de vaca donde se enganchan los peines; el balde del gaucho, un cuenco de cuero de testículos de toro; rebenques y lazos de cuero trenzado. También charqui de cabra cuelga del techo.

el rancho
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Dotes de rastreador

El Gaucho habla como si fuésemos los últimos habitantes de la tierra que lo visitan. Siente que tiene mucho para decir.

“Toda esta tierra la heredamos de mi abuelo. De mi madre es la sangre huarpe y mi abuelo era francés, se escapó de la guerra. Se asentó acá e hizo su vida acá. Hace unos años partimos la herencia con mis hermanos y esto me tocó a mí, son 236 hectáreas que se están escriturando”.

Cuenta que aprendió a rastrear animales de niño ya que su padre mandaba a sus hijos a cuidar el rebaño  y si alguno se perdía había que salir a buscarlo siguiendo el rastro.

charqui
Charqui

Con apenas 13 años ya vivía solo en el puesto desde donde cuidaba los animales de la familia, cuya economía se sustentaba en la venta de carne y guano. Después trabajó en una gran estancia calingastina donde aprendió a seguir y cazar pumas, enemigo natural de las cabras.

Después comenzó a buscarlo la gente para rastrear y el Gaucho les decía “este es tal y tal”. Más allá de lo aprendido, este hombre tiene un talento especial, una habilidad innata que le permite saber cuántos eran los cuatreros, cuando pasaron, y si los conoce, también dice quiénes son.

“A mí no me van a joder porque yo soy el cuatrero más grande del mundo les digo siempre y todos se ríen porque a mí me gusta alegrar a la gente. Por eso les digo: rastreador como yo, difícil, hasta en el aire persigo los aviones”.

queso
Queso de cabra

Un día en la vida

En la campo la vida está regulada por la luz del sol. Y aunque Ossan tiene en el rancho paneles solares (del plan nacional) que le permiten tener luz, una heladera y una radio, se acuesta casi siempre cerca de las nueve. Y durante la noche se levanta dos o tres veces para dar una vuelta y controlar que los animales estén bien.

El día comienza a las 6 de la mañana en invierno, y en verano a las 5. Lo primero es ordeñar las cabras y hacer el queso. Se corta la leche para la cuajada y se deja unos 20 minutos para no agriarla. Luego se pone a fuego y se entibia para separar el suero.

cola de peine
La cola de vaca para poner el peine se usa desde antaño.

“Con la masa se arman los pancitos de queso, sin sal y sin conservantes en el caso del quesillo y con un poco de sal para el queso grande. Se dejan orear para que pierdan la humedad que les queda, unas cuatro horas”.

Todo este proceso lo termina al medio día y esos quesos los vende en Pedernal, a 2 kilómetros de su puesto. La temporada de quesos dura mientras las cabras tienen leche, de octubre a abril.

Después trabaja en el pozo que está haciendo en su campo para sacar agua para los animales, sobre todo en épocas de sequía.

Ossan también es un experto constructor de hornos caleros, hizo varios en Los Berros, y sus manos callosas y duras dan fe de esa tarea.

A veces su esposa lo acompaña y se queda un par de días en el rancho.

El Gaucho dice que fue a la escuela hasta tercer grado, lo suficiente para poder leer el Paturuzú y para escribir los versos de los radioteatros sanjuaninos como “José Dolores”. A los 18 hizo la “colimba” y le tocó custodiar la frontera durante el conflicto del Canal de Beagle.

Una vida sencilla

“Antes cantaba muy bien, pero ya me dejé de macanear, ahora me cuido. No salgo, no me amanezco”.

Cuando el rebaño vuelve del campo, Ossan con una sola mirada, sin contar, sabe si se le perdió algún animal, entonces sale a buscar su cabra perdida. Dice que antes tenía 500 animales pero los pumas, a los que llama “liones”, se cebaron y le mataron muchos, por eso tuvo que salir a cazarlos, ya que las cabras son su único ingreso.

recuerdos

Las vende vivas o faenadas, “y si quiere se la puedo vender asada también, las hago solo con sal y limón”. Muchos trabajadores de las caleras son clientes fieles del Gaucho.

Ossan es un hombre de fe. En una mesa tiene la imagen del Cura Brochero (el santo gaucho) junto a un cuadro de San Cayetano y la de Jesús. Y afuera, en un algarrobo, tiene su altar el Gauchito Gil.

Los corrales los armó con chapas y restos de chatarra, allí también tiene gallinas ponedoras, un chancho y un caballo. Pero su orgullo es su pequeña huerta de 2 x 2 metros, en la que resiste una planta de tomate y otra de choclo.

Los dos gatos están adentro, al lado del fuego; el perro, afuera y atado.

manta

-¿Y usted no pasa frío de noche?

Para responder, el Gaucho saca de la pieza la colcha tejida a telar que hizo su madre. No hay mucho para agregar.

Domador de potros y baqueano de los cerros, el Gaucho quiere entregar su almuerzo a los visitantes, una cazuela de pollo, pero eso no iba a pasar.  Se contenta con la promesa de volver otro día para almorzar con él.

Mientras tanto recita: “Soy Lisando Ossan aquí y a donde pise en la calle. Lisando a mí llaman porque Lisandro nací, pampa y monte recorrí sus sendas de retamo. Soy Lisandro Ossan, mi pecho es el cielo abierto… y antes de vivir en caos, prefiero morir parao”.

Se despide con una sentencia: “Yo acá siento que desafío la naturaleza, eso me hace bien. Nadie de mi familia rastrea como yo”.

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