La historia del tesoro de Osorio, escondido en la cordillera sanjuanina

La historia del tesoro de Osorio, escondido en la cordillera sanjuanina, atrapó a famosos personajes de la provincia y aún es un imán para los que creemos que todo, o casi todo, es posible.

“Estuve buscando un tesoro en la cordillera de Colangüil. En Angualasto alquilamos burros y estuvimos un mes buscando el famoso tesoro de Osorio, cuando ya tenía conocimiento de minerales, pero no hubo vestigios.

Jorge Leonidas Escudero en Calingasta
Jorge Leonidas Escudero

Se había publicado un artículo donde hablaban de ese tesoro y la tradición decía que estaba debajo de una piedra verde, allí había enterrado una cantidad de oro el señor Francisco de Paula Soria, por eso le pusieron el tesoro de Osorio.

‘Tendrás oro para vos y varias generaciones, ve a buscarlo’, decía la leyenda, fuimos y por supuesto que no lo hayamos”, contó el gran poeta Jorge Leonidas Escudero a esta cronista, en abril de 2012.

El tesoro al que se refería Escudero y que también buscaron el periodista Rogelio Díaz Costa (ambos fallecidos) y Antonio Beorchia Nigris, también periodista y explorador, es el tesoro de Osorio, aunque su dueño se llamaba Francisco de Paula Soria.

Este caballero español, lo enterró en las cercanías de Angualasto, en el siglo XVIII. Con la guía de un aborigen, Paula Soria encontró una veta de oro puro y lo extraía con nativos del lugar.

Nativos trabajan en minas de oro

Cuenta la historia que Soria debió viajar rápidamente a Chuquisaca, en Bolivia, y para evitar que durante su ausencia alguien se quedara con su fortuna despidió a los mineros y enterró en un lugar secreto todo el oro que había acumulado.

El plan era volver por su oro, pero el hombre propone y Dios dispone, Soria se enfermó y murió en Chuquisaca, sin poder buscar su oro.

El mapa del tesoro de Osorio

Soria alcanzó a escribir el derrotero del tesoro, es decir, el lugar exacto donde lo había enterrado, si tal como en las películas, un mapa del tesoro. Bien católico, como eran los caballeros españoles de la época, Paula Soria quiso confesarse y a ese sacerdote jesuita le dejó su precioso secreto: le entregó el derrotero.

El texto que escribió el español decía:

“Saldréis del pueblo de Calingasta y tomando al poniente por el camino de los indios bajaréis a un arroyo y tomaréis arroyo arriba hasta encontrar un cerro derrumbado en ambas partes, por donde pasa el agua por debajo de unos puentes de piedra y en poca distancia encontraréis un arroyuelo a mano derecha.

Tomaréis por él hasta su remate… También te encargo que busques con alguna prolijidad una piedra verde de estatura de un hombre que está parada a cuyas inmediaciones se halla, y encontrada que sea la voltearéis y escavaréis: Allí dejé tapados millones de oro y plata.

Igualmente buscaréis en las cercanías una casa que se dice blanca que tiene la puerta al sol en donde tiene una gran lápida verde tapada. Lee con alguna detención este formulario y el pitipié que tengo honor de acompañarte por el cual seréis felices y no desconfíen vuestros descendientes de este mi razonar así. Dado en la ciudad de Chuquisaca y marzo 25 año 17… (roto). Francisco de Paula Soria”.

En el convento Santo Domingo, donde se decía que estaba guardado el derrotero, hace años aseguraron que ese documento no existe.

veta de oro en la roca
Oro en veta

El buscador de historias

Rogelio Díaz Costa no solo era un destacado periodista e investigador de San Juan, también era un amante de los viajes y las aventuras. Por eso decidió que él mismo buscaría el tesoro de Osorio siguiendo el derrotero de Paula Soria, al que según dicen, vio con sus propios ojos.

Con las “indicaciones” del español, Díaz Costa llegó a las ruinas de Río Frío pero nunca encontró el mínimo rastro del oro. Es que, según explicó el periodista, el documento señalaba una casa blanca, y el dio con una pirca negra.

Rogelio Díaz Costa
Rogelio Díaz Costa

Además, el derrotero decía que tenía la puerta hacia donde sale el sol y las ruinas que encontró  tenían la puerta hacia el sur. Y finalmente, el texto del avaro caballero decía que frente a la puerta había una gran piedra verde, y la que encontró Díaz Costa no era verde sino blanca y estaba en el interior de la pirca.

“No debe esperarse que exista tal tesoro y que si lo hubiera habido en algún tiempo, debió haber sido extraído por los jesuitas que fueron conocedores del mismo, o por alguno de los muchos buscadores que desde hace cuatro siglos se encuentran empeñados en descubrirlo”.

La historia recuperada de los antiguos pobladores

En uno de los libros de cabecera de Destino San Juan, Cuentos y Leyendas Populares de la Argentina, escrito por Berta Elena Vidal de Battini, hay dos versiones recogidas de antiguos pobladores de la zona.

Esta es una de ellas y se reproduce tal cual la contó Segundo Díaz en 1946, cuando tenía 80 años, en Tamberías, departamento Calingasta, San Juan.

La autora tuvo el acierto de transcribir la historia tal como la escuchó, con los modismos de quien la cuenta, lo que aporta un color extraordinario, propio de la cultura rural sanjuanina.

“Según i oido a mis agüelos, de los tiempos de los españoles hay en la Cordillera un tesoro enterrau que se llama las labranzas di Osorio.

Dicen qui había veníu un minero di apellíu Osorio buscando oro, y con tan güeña suerte, qui un indio de Pachimoco lu hizo baquiano a las vetas di una gran mina di oro.

pepitas de oro
Pepitas de oro

Dicen que esa mina era tan rica, que según el tal Osorio, su beneficio alcanzaba pa mantener cinco pueblos como Jáchal, pa toda la vida.

Esti hombre sacó una cantidá muy grande di oro y lo guardaba en esas bolsas que si hacen con el cuero del cogote del guanaco. En esos cogotes, como se llamaban, guardaban el oro.

Que en una ocasión qui Osorio había bajau de sus labranzas con once cogotes de guanacos taquiaditos di oro, jue perseguíu por una patrulla que quería quitárselos.

Al saber Osorio que era perseguíu, escapó pal lau de la Cordillera ‘e los Andes. Dicen qui áhi, entre los cerros, enterró los once cogotes y él le pegó pa Chile a lomo *e mula.

El hombre no volvió más ni se supo nada de él, pero se sabía bien qui había enterrau esas cargas di oro en la Cordillera. Agora, al presente, hay muchos mineros que tuavia buscan los once cogotes taquiados di oro.

Muchos han visto, a la distancia, en la noche, esas luces de los entierros di oro, pero en el día nu han sabíu llegar. Para alguien de suerte ‘tan destinados, y algún día los encontrará”.

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