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Un cuento huarpe extraordinario: “La noche que bajamos la luna”

Los adultos asumen las fantasías de los niños como una ilusión. Un niño con un amigo imaginario es algo que solo está vivo en la mente del niño. Pero cuando un grupo de siete hermanos narran lo mismo, la cosa cambia. Este cuento huarpe extraordinario, “La noche que bajamos la luna”, quiebra la frontera de la razón.

Aunque título de la crónica dice “cuento”, se trata de un relato verídico narrado por María Zalazar, jefa de la comunidad huarpe Cacique Cochagual, en el departamento Sarmiento. También es cierto que los cuentos y las leyendas tradicionales se construyen sobre una narración con algún sustento real.

Los literatos dirán: “realismo mágico”, para la narradora de esta historia es conservar vivas las tradiciones de su pueblo, mantener fresca su cultura ancestral.

Esta es la historia de los hermanos Zalazar, en Colonia Fiscal: Luisa, José, Pepe, Mercedes, María, Silvia y Aldo.

La noche que bajamos la luna

Una noche de verano, cuando la luna llena iluminaba el campo como una tenue lámpara de luz blanca que permitía ver a la distancia, los siete hermanos Zalazar salieron a jugar a “la pampa”.

La pampa era un descampado de tierra lisa, como si una aplanadora hubiera preparado el terreno para un campeonato de hockey, solo rodeado de más campo inculto en el que abundaba la jarilla y la zampa.

La noche que bajamos la luna.

Para los que viven en el campo, la luna es un factor importante en la noche: sin luna no se ven ni las manos, y con luna hay luz para caminar tranquilo y reconocer personas y objetos.

Aprovechando la luz de la noche, los hermanos se fueron a la pampa, a pocos pasos de su casa. Pero aburridos de jugar entre ellos, una de las niñas dijo: “¿En la Luna habrá niños para que jueguen con nosotros?”.

José, el más grande del grupo, le dijo que no existían niños en la Luna. Pero María, que tenía 6 años, dijo que sí había niños y que podían invitarlos, que podían llamarlos para que bajen a jugar.

Otro de los hermanos asintió con la cabeza, pero razonó que deberían traer la escalera de la casa para que pudieran bajar los niños. Hubo debate. Se concluyó que la escalera no era necesaria y que si los niños querían bajar, lo haría por sus propios medios.

Los hermanos hicieron un gran círculo y a su vez cada uno de ellos, con un palo, dibujó un círculo a su alrededor. Entonces, uno de ellos soltó el conjuro invitando a bajar a los niños de la Luna para que jueguen en la Tierra.

Hubo silencio, luego confusión, y en un espacio de tiempo sin tiempo algo pasó. La mente de María, narradora y protagonista, no recuerda bien. Solo sabe que en el piso, los círculos dibujados alrededor de cada uno de los niños brillaban tan intensamente como si fueran la misma Luna.

No tuvieron miedo.  “Los niños han venido”, dijo el más grande de los Zalazar señalando el suelo luminoso.

Dejaron los palos en los círculos y fueron a contar a su madre lo que habían visto.

Doña Simona Videla de Zalazar no dio crédito a lo que los niños le decían, pero el benjamín de la familia la convenció para que los acompañara a la pampa donde habían ocurrido los magníficos acontecimientos. Cuando llegaron no había luces ni palos (o varitas mágicas) adentro de los círculos donde los niños los había dejado.

“Uno era tan inocente que creía que estas cosas eran posible. A ese relato le puse ‘La noche que bajamos la Luna’ y la tuvimos ahí, jugando con nosotros. Yo la vi”, dijo María con la misma mueca de picardía que cuando era niña.  

María Zalazar
María Zalazar, jefa de la comunidad huarpe Cacique Cochagual

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