Matagusano, la hierba usada para el bien y el mal

“El matagusano tiene una madera incorruptible en la tierra…”, decía el ingeniero y escritor sanjuanino Pedro Pascual Ramírez, y daba una señal casi mágica de esta hierba usada para el bien y el mal.

Las criollas la usaron para curar, y las brujas, en las salamancas, donde se juntaban a celebrar con los demonios, según las historias recogidas y que ahora contaremos.

salamanca

Ramírez también aclaraba que el matagusano o atamisqui tenía muy pocas aplicaciones industriales ya que carecía de un tronco recto y alto. “Por otra parte, cuando se quema su leña despide un olor desagradable. Su nombre proviene de que la gente del campo emplea las hojas y tiernos tallos machacados para matar los gusanos que en las heridas de los animales se crían”, señalaba Ramírez.

También contaba que sus raíces tienen como una especie de papa “que los perros al morder la sueltan inmediatamente arrojando mucha baba y corren al agua. El que la ha mordido una vez no lo repite una segunda, por más empeño que se ponga en ello”.

También conocida como atamisqui, su nombre científico es Capparis atamisquea. En Argentina  se encuentra en casi todas las provincias hasta Río Negro; y es muy común en los bosques xerófilos del Parque Chaqueño occidental y el Monte.

Según los aportes de investigadores del Conicet Mendoza, sus esos medicinales eran: antidisentérico, vermífugo, anticlorótico, cáustico. Las hojas masticadas (también las valvas del fruto) tienen un sabor cáustico y gusto a mostaza. Según Hieronymus, por esa razón, las usan en las miasis de los animales y los gajos para baños en casos de apoplejía y contra los dolores de los huesos. Según el mismo, la infusión teiforme cura la clorosis de las niñas. 

atamisqui
Hojas de matagusano

Otros aportes sobre el matagusano

Investigadores de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) y del Conicet encontraron propiedades gastroprotectoras en la hoja del atamisqui,

En el Diccionario folklórico de la flora y la fauna de América, de Félix Coluccio, señala que también es conocida con los nombres de matanegra, matagusano y leña hedionda. “Arbusto achaparrado y maloliente de hojas menudas y tupidas. Su leña, cuando se la quema, despide un olor desagradable que se transmite a la comida que se pone a cocinar con ella. Crece desde el Río Negro hacia el Norte hasta abarcar casi todo el resto del país”.

Agrega que con sus tallos y hojas se prepara un tinte de color crema y las hojas se emplean en farmacopea popular para sinapismos (remedio tópico). Con sus gajos se preparan baños recomendados en casos de ataques apopléticos y contra dolores de huesos o reumatismo.

Mientras que con la infusión de los mismos se cura la clorosis de las personas jóvenes (enfermedad que se caracteriza por una disminución del hierro de los glóbulos rojos de la sangre). Las hojas son empleadas también para curar el reumatismo y las heridas de los animales.

“Dicen que en este arbusto descarga su hediondez y es el “duende” que arde continuamente en la Salamanca”.

Ahora se pone interesante

Según una publicación realizada por la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires, la doctora en Historia, investigadora del CONICET, Judith Farberman señala que hay varias plantas sagradas empleadas por los originarios del noroeste y del chaco argentino.

matagusano

El cebil, el chamico, el coro, el tabaco y el atamisqui (matagunsano) son “vegetales con una fuerte impronta sagrada que tuvieron una intensa circulación en las salamancas. Solían ser empleados combinados o por separado en distintos tipos de preparaciones para hacer ‘maleficios’ y también como contra-yerba para remediar estos “daños” o curar enfermedades”.

Y destacan luego que en una de las investigaciones de Farberman, Juana Pasteles preparó un “maleficio” a partir de polvo de chamico, hierbas de atamisqui y chicha, “y que reveló –bajo tormento– el remedio para este “daño” o contra-yerba: “que se le diese semilla de sevil, que fuesen cinco molidas en agua caliente y en ayunas”.

Estos datos, señala la publicación, que rescata Farberman aparecen en los registros judiciales de la época vinculados a los juicios por brujería, realizados principalmente a mujeres, que sucedieron en el Tucumán colonial.

El cierre magistral de esta publicación (que se puede chequear en internet) destaca que si bien ese saber fue disminuido, estigmatizado y excluido a los confines de lo marginal (en la figura “diabólica e indeseable” de la salamanca) por la cultura hegemónica, basada en el desconocimiento de ese otro cultural, perduró gracias a los relatos, cuentos, mitos y canciones.

Esos relatos revalorizaron ese espacio, “el conocimiento popular y el arte de curar que allí se desplegaba mediante el empleo de plantas medicinales y sagradas por parte de las brujas y los brujos, con quienes estamos –y siempre estuvimos– relacionados los médicos y farmacéuticos, y de quienes hemos heredado saberes incalculables y de gran importancia”.

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