Imaginemos esta escena: año 1967, una redacción ruidosa (como toda redacción de diario), y un hombre impecablemente vestido, su camisa blanca impoluta, traje con chaleco y pañuelo en el bolsillo superior del saco, bien a la vista.
Se sienta frente a la Remington, acomoda los lápices de colores con obsesión hasta que quedan alineados, perfectos. Prende un cigarrillo, uno de los 40 que fumará en el día, estira el cuello, mira sobre la máquina de escribir y dice “shhh”. En ese momento todos se callan, Rogelio Díaz Costa está por escribir su editorial en Diario de Cuyo.
En 1969, año en el que murió, llevaba 31 años como periodista, investigador y escritor con libros publicados, se había ganado el respeto de sus compañeros y el de todos los sanjuaninos que lo leían cada día.
Hoy, en Diario de Cuyo su nombre sigue siendo una institución.

Su vida, si la hubiera escrito, hubiera sido un best seller, pero casi nadie sabía nada, después de todo no es tarea de los periodistas hablar de sí mismos. Su trabajo, sin embargo, fue una bisagra en el periodismo sanjuanino, al punto que después de la publicación de su nota sobre Ischigualasto, en 1958, se le comenzó a decir Valle de la Luna.
Luego de esa crónica en Diario de Cuyo, el mundo conoció la importancia científica de este yacimiento paleontológico sanjuanino declarado Patrimonio de la Humanidad.
En sus venas corría sangre de historiador, como lo fueron su padre y su madre (ambos con libros publicados), de ellos aprendió las técnicas de la historia, la única forma de ajustarse a la ciencia.
Su pasión era escribir y además de los cientos de artículos Rogelio logró publicar los libros:
- Toponimia de San Juan, en colaboración con su padre Rogelio Díaz López, 1937.
- El antiguo pueblo de Calingasta, publicación del Instituto de Etnología Americana de la Universidad Nacional de Cuyo, 1944.
- Atacameños, Universidad de Chile, publicación del Museo de Quinta Normal Santiago de Chile, 1944.
- Los indígenas de San Juan, en colaboración con Silvana Roger, 1957.
- La fundación de Mogna.
- La fundación de Jáchal.
- Las pircas indígenas de Río Frío, provincia de San Juan, 1966, publicado por la Universidad Nacional de Cuyo.
«Mi padre era un gran aventurero, se quedó con las ganas de viajar a Cuba para cubrir la revolución de Fidel y el Che», dijo Rosario Díaz Reverendo.

Su habilidad como investigador estaba bellamente enmarcada por su destreza como escritor; y a su vez, la pulcritud de sus crónicas periodísticas estaba firmemente cimentada en sus conocimientos de la historia.
Si alguien le daba una pista de un sitio por descubrir, si había algo nuevo para contar de San Juan, allá iba él, sin importar que tan lejana o inaccesible estaba esa novedad. Además, eran épocas en las que no contaban con ropa ni calzado especial para el frío, ni siquiera grabadoras de audio, todo era a pura libreta y lápiz. Y para saber si las fotos eran buenas, había que esperar el revelado del rollo.
Díaz Costa fue además autor de libretos radiales como “Estancia sanmartiniana”, 1950, emitido por LV1 Radio Colón; “Cuando éramos España”, 1964, emitido por LV5 Radio Sarmiento; y “San Juan y su vida”, emitido por LV1 Radio Colón, entre otros.
Otro hito en su carrera fue la cobertura de 26 días para el rescate de la momia del cerro El Toro, expedición costeada por Diario de Cuyo y su visionario director, Francisco Montes.
Por este trabajo publicado bajo el título “Extraordinario descubrimiento arqueológico de un chasqui incaico en la cumbre de El Toro”, Rogelio Díaz Costa recibió, en junio de 1964, el primer premio a periodistas del interior otorgado por el Círculo de Prensa de Buenos Aires y el Instituto Di Tella.
Su relato “Mariana, la leyenda”, lo hizo merecedor del primer premio en el concurso del Instituto Sanjuanino de Cultura Hispánica, en 1962.
Enumerar la cantidad de asociaciones e instituciones en las que fue miembro activo sería casi interminable, solo por mencionar algunas, fue secretario de la Junta de Estudios Históricos (1936); secretario del Círculo de Periodistas de San Juan (1946); miembro de la Sociedad de Historia y Geografía de Buenos Aires (1938); miembro de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía (1944), entre otras 30 instituciones más.

Vida de película
El 12 de agosto de 1910, nació en San Juan, Juan Rogelio Díaz Costa, hijo de Juan Rogelio Díaz López y Guillermina del Carmen Costa Funes. Parte de su infancia transcurrió en su provincia, pero la primaria y la secundaria las realizó en Rosario, Santa Fe, donde se trasladó la familia.
No se sabe cómo se conocieron los padres de Rogelio. Su madre fue monja (o novicia, no está claro) y dejó el convento para casarse con Díaz López. Ambos eran muy estrictos en sus formas y costumbres, según el relato de Rosario Díaz Reverendo, hija de Díaz Costa.
Guillermina era docente y llegó a ser directora de escuela, Juan Rogelio era historiador, el dinero no era un problema en la familia. Tuvieron dos hijos, Rogelio y Laura.

La cuestión era que Rogelio era un chico muy rebelde al que le costaba obedecer las rígidas normas de su casa. Dicen que después de una de estas escenas en las que el niño no respondía a las órdenes, Guillermina decidió dejarlo en un internado inglés de alto nivel donde los chicos aprendían hasta piano, esgrima y tiro al blanco.
Después de un año de permanecer en esa institución sin haber recibido la visita de sus padres ni saber nada de ellos, el joven Rogelio, de 16 años, tomó un arma y se disparó en la cabeza. Pero no era su hora. La bala quedó incrustada en el hueso y la sacaron con cierta facilidad. Sin embargo el adolescente quedó internado, estaba ciego, sordo y mudo.
Un año en el hospital y muchas terapias para recuperar los sentidos necesitó Rogelio, luego volvió a la gelidez de su casa, pero las secuelas fueron para el resto de su vida: una gran disminución visual, dislalia y recurrentes migrañas.
Fue un gran autodidacta, leía todo lo que caía en sus manos (un libro por día dijo su hija), y comenzó a acompañar a su padre en las investigaciones históricas, aprendiendo así el oficio y siendo coautor de varios estudios publicados por su padre.
Cuando Rogelio era chico, la situación económica de su familia era holgada, tal vez por eso él siempre despreció el dinero, para él la plata era algo superfluo que no compraba talento, carisma ni inteligencia.
Guillermina eligió a la mujer con la que se tenía que casar su hijo, alguien capaz de ponerlo en vereda. Ella, que no había podido, murió en un accidente con su carro cuando regresaba de la escuela donde trabajaba. Tenía 57 años.
Rogelio se casó con Corina y tuvieron seis hijos.
En 1937, ya en San Juan, registró domicilio en calle Tucumán 1143 Norte, y comenzó su tarea en el periodismo en 1938. No le costó descollar.
“Mi padre era amigo de todo el mundo y todos lo conocían de algún lado. Tuvo muchos éxitos pero nada de dinero”, dijo su hija Rosario, la más chica, fruto de su relación con María del Carmen Reverendo, por entonces conocida como Silvana Rogers, la primera mujer que trabajó en la redacción de un diario en San Juan.

Del amor y otros demonios
Rogelio había militado siempre en política, primero en la URC y cuando surgió Perón se entregó al Justicialismo en cuerpo y alma, su pasión era Evita. Llegó a ser candidato a diputado nacional por el PJ y perdió por pocos votos.

En 1955 se produjo el golpe de Estado contra el gobierno de Perón y Rogelio estuvo preso unos días. Cuando salió, gracias a manos amigas, estaba proscripto, como todo lo que alguna vez había tenido algún tufillo de peronista.
Su talento lo mantuvo a flote en esos años aciagos.
La foto de Rogelio exhibida en el living de Rosario está dedicada a su madre, María del Carmen, en ella se lee: “A mi primer y único amor”, pero cuando la conoció él era casado y la relación fue complicada, ella tenía 19 y él 40.
Después de seis años ella quedó embarazada y Rosario nació en un rancho en 9 de Julio donde sólo estaba Rogelio para asistirla.

Ese día, ese hombre recio y duro, aún proscripto, que hasta entonces era ateo, se encontró con una estampita en sus manos rezando a la Virgen María del Rosario de Andacollo. María del Carmen se desmayó y Rogelio quedó con su hijita en brazos, llorando.
Fue un verdadero milagro que estuviera viva porque María del Carmen tenía sangre RH –, y la bebé era RH +.
Pasó bastante tiempo hasta que tuvieron un domicilio fijo. “Siempre estuvo el dedo acusador para ambos, siempre estuvo a flor de piel el ‘malditos y descarados’, siempre estuvo la discriminación social. Pero mi padre nunca mintió y yo siempre fui su hija, la más chica”, contó Rosario.

Díaz Costa volvió al ruedo con más fuerza que nunca, fue parte del grupo creador de la escuela de Periodismo en San Juan, germen del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UNSJ.
Fue el primer cronista parlamentario en la Legislatura, donde en su honor la sala de periodistas fue llamada Rogelio Díaz Costa.
“Mi padre tenía un aire prusiano en el sentido que era muy pulcro, nunca lo vi sucio, siempre impecable y perfumado con Lavanda de Atkinson. Era muy estructurado, a tal hora se come, a tal hora se duerme y así con todo. Conmigo eran muy duros los dos”, relató su hija.
Así era también su estilo de escritura, limpio, certero, sin florituras innecesarias, seguramente por su formación de investigador de la historia.

Sin embargo, este traje de periodista no le impidió ponerse el de poeta, donde podía dar rienda suelta a sus sentimientos.
“Porque eres joven, mi bien, no necesitas
Colgarte del hastío de los otros.
Entierra las cenizas, sopla el humo
Y te verás como eres: flor y fruto”.
Sobre su labor, el periodista Juan Carlos Bataller dijo: “Rogelio no sólo fue un periodista talentoso y galardonado, fue un mentor generoso que formó a nuevas generaciones de comunicadores.

Un verdadero maestro que, con su pluma afilada, inmortalizó historias de nuestra tierra, desde relatos sobre el carrero sanjuanino hasta descubrimientos arqueológicos que dieron importancia internacional a nuestra región”.
Un día después de su fallecimiento, Diario de Cuyo le dedicó varias páginas de notas suyas a modo de homenaje. Años después volvía a la memoria a través de una carta del lector (lamentablemente sin firma), donde señalaban que Rogelio integraba esa “camada” de periodistas que hicieron escuela de su profesión.

Fue parte del grupo que integraban Emilio Biltes, Jorge Marcet, Eugenio Carte, Julio Ares, Francisco Montes, Vicente Menseguez y José Barchilón, “generosos en sus enseñanzas hacia los jóvenes que los escuchábamos con admiración y talentosos al escribir”.
En el acto de despedida de Rogelio, Julio Ares, periodista, poeta y escritor dijo: “No necesitaste hábitos ni fórmulas para cumplir tu voto de pobreza y humildad. Que caso extraño el tuyo Rogelio.
Con un poco de sombra de tu árbol protector, de una sola astilla de tu tronco generoso, cuántos habrían alimentado su mito en vida, y les hubieras servido para recoger testimonios y honores, títulos y cómodas remuneraciones. Sin embargo, elegiste el periodismo, su exigencia constante, su anonimato muchas veces injusto”.
Para los que siguieron sus pasos en el periodismo Rogelio Díaz Costa será siempre un faro.
