San Juan provincia autónoma: historia de traiciones, sublevación, muerte, y el primer gobernador acusado de robar fondos públicos

Hay un personaje central en esta historia, la historia de cómo San Juan logró ser una provincia autónoma en 1820, desvinculándose de la Intendencia de Cuyo con capital en Mendoza. El personaje central se llama Mariano Mendizábal, un porteño buenmozo y ambicioso como pocos, que terminó liderando una sublevación militar que lo puso en la historia como el primer gobernador de San Juan autónoma.

Por entonces, Mendizábal tenía 34 años, “proporcionado de porte, tez morena y cabello renegrido. Procedía de distinguidas familias porteñas, fue amigo íntimo del después general Lucio Mansilla. Era un hermoso joven que captaba fácilmente la simpatía de las mujeres”, señaló el historiador Horacio Videla en su libro Historia de San Juan, Tomo III.

Sin embargo, ninguna calle en la provincia lleva su nombre, y la mayoría de los sanjuaninos tampoco escuchó su apellido en la escuela. No hay imágenes de Mendizábal en internet, y lo más extraño, tampoco se ven en los libros de los autores más antiguos de la historia local. ¿Qué hizo para ganarse tal “olvido” el primer gobernador de los sanjuaninos?

Esa historia nada tiene que envidiarle a las mejores novelas, por el contrario, en ella abundan intrigas familiares, traiciones, ejércitos sublevados, soldados que cometieron toda clase de abusos, y tiene, incluso, hasta una denuncia por malversación de fondos públicos. Todo termina de la peor manera.

Este año, 2020, se cumplen 200 años de la declaración de San Juan como provincia autónoma, y el 9 de enero de 1820 fue cuando se dio el paso decisivo.

El primer historiador de San Juan, Nicanor Larraín, relató en su libro “El país de Cuyo”, que el día 9 de enero de 1820 al amanecer, “la población de la ciudad de San Juan se despertaba aterrada por las descargas de fusilería y sostenido tiroteo que duró por más de media hora”.

Las armas que sonaban eran de los hombres del Batallón N° 1 Cazadores de los Andes, secundado por un cuerpo de Dragones de reciente creación, eran los sublevados, todos bajo la orden de Mendizábal. Se enfrentaron con un piquete  de cívicos al mando del Teniente don José Bernardo Navarro, grupo que fue vencido rápidamente por los primeros, militares expertos. Muchos murieron ese día.

Uniformes de los batallones del Ejército de Los Andes

“El desgraciado y funesto levantamiento del Batallón N° 1 (parte del Ejército de Los Andes creado por San Martín) fue encabezado por los capitanes Mariano Mendizábal, Francisco Solano del Corro y Pablo Morcillo. Los dos primeros se pusieron inmediatamente las presillas blancas (de Teniente) y el último, las de Sargento Mayor; procediendo a llevar a prisión a Ignacio de la Roza, puesto en capilla para ser fusilado al día siguiente. Pero le fue conmutada la pena por destierro a La Rioja”, decía Larraín.

De esta manera, Mendizábal traicionaba a su familia, ya que de la Roza, quien estaba al frente del gobierno, era su cuñado, hermano de la esposa de Mendizábal, Juana de la Roza.

El mismo día de la sublevación convocaron al pueblo a Cabildo Abierto redactándose un acta que suscribieron 109 ciudadanos y por la cual Mendizábal fue nombrado Teniente Gobernador, el primero de San Juan, ya separado de Mendoza y San Luis, que por entonces formaban un solo territorio.

En el libro “Cosas de San Juan”, Fernando Mo relató que ese 9 de enero de 1820: “Tomaron el cuartel de San Clemente y redujeron las milicias lugareñas. El insurrecto (Mendizábal), hombre joven y apuesto de origen porteño, que era cuñado del gobernador José Ignacio de la Roza, aprisionó, a los funcionarios más encumbrados, irrumpiendo luego en la Plaza de Armas en la madrugada del 9 de enero, en medio de un tumulto infernal. Los vecinos concurrieron alarmados a la Plaza, sin ánimo de lucha y con esperanzas de lograr circunstancias favorables que dispersan tantos malestares socioeconómicos”.

Para Larraín ese día fue el inicio de la “más espantosa anarquía. El pueblo sufrió horrores de todo tipo por la crápula y desenfreno de aquella soldadesca que ya había roto todo vínculo de orden y respeto”.

Pero tanta anarquía sería un boomerang para Mendizábal, que quería todo el poder para él solo. Estas ínfulas no le gustaron para nada a del Corro y a Morcillo, quienes lo habían secundado y sentían que tenían tantos derechos como Mendizábal.

Además, del Corro tenía una carta fuerte a favor: contaba con el afecto de la tropa y de mucha parte del vecindario que veía en Mendizábal la causa única de los males que azotaban a los sanjuaninos.

Con la excusa de comisionarlo a La Rioja, del Corro fue separado de San Juan. Pero a la tropa no le gustó nada esto y vieron la partida de su caudillo predilecto como lo que era, un destierro disimulado.  Los soldados se amotinaron pidiendo la vuelta de del Corro y Mendizábal tuvo que ceder mandando un chasqui para que regrese y calmar así a los soldados que ya empezaban a inspirarle serios temores.

Una perlita sin igual es la que aportó Larraín en su libro respecto al día en que Mendizábal convocó al pueblo para tratar la autonomía, las ventajas del gobierno propio y la gran entidad política que estos acontecimientos daban a San Juan.

“Extravagante idea se metió en aquella reunión popular, como se la llamaba entonces, que poco faltó para que Mendizábal se hiciese proclamar Director de la República Independiente de San Juan, cómo lo había hecho Aráoz en Tucumán y lo pretendía Ramírez, en Entre Ríos”, relataba el autor de El País de Cuyo.

“El buen sentido del poco pueblo concurrente a aquellas reuniones pudo más que las pretensiones de Mendizábal, pues sólo se acordó celebrar el acta por la cual San Juan se declaraba libre de los vínculos que lo unían a la Intendencia de Cuyo”. De lo contrario estas líneas se escribirían en el país San Juan.

Según el historiador Videla, Mendizábal convocó a una Asamblea del Pueblo en la que se interrogó a los sanjuaninos sobre “si quería unirse a las demás provincias federadas o seguir dependiendo o Interprendiendo de Mendoza. Se expresó que San Juan quedaba del modo más solemne junto a las demás provincial federadas, que se obligaba a obedecer y sostener todos los pactos y establecimientos que sancionase la autoridad legislativa que constituyen las provincias federadas, que reasumida su soberanía se declara el pueblo independiente de la que hasta aquí había sido capital de la provincia (Mendoza), y que el actual señor, Teniente Gobernador lo eleva el pueblo a clase de Gobernador con todas las prerrogativas, y facultades anexas a esta clase”. 

La gloria fue demasiado efímera para Mendizábal: el 21 de marzo del mismo año, las fuerzas de del Corro lo tomaron prisionero y fue desterrado inmediatamente. En su lugar fue nombrado José Ignacio Fernández Maradona como gobernador interino.  

El triste papel de Mendizábal continuó con una denuncia por malversación de fondos públicos, según relató Larraín, ya que se descubrieron en su casa diez barriles con doble fondo de dónde se extrajeron 10.000 pesos. “Mendizábal pretendió justificar esto afirmando que esos fondos fueron ocultados cuando el coronel Alvarado amenazó a aquel pueblo llegando hasta Pocito”. Nadie le creyó.

Mo relató que Mendizábal fue desterrado al Perú y juzgado por su alzamiento, fue condenado y fusilado ante la presencia de su cuñado, Ignacio de la Roza, residente en territorio peruano, “quien vanamente solicitó clemencia a las autoridades que lo juzgaron”.

Su muerte cerraba el capítulo de la primera provincia de Cuyo que lograba su autonomía, gracias a un porteño sediento de poder.