Sarita, la novia que se aparece en Sarmiento

Algunos dicen que es la luz mala. Aparece en la noche y asusta al cristiano más valiente. Pero Rafael Zalazar creía que era una luz buena, el alma de Sarita, la novia que se aparece en Sarmiento con una lámpara y que advierte a los viajeros cuando es peligroso atravesar el río.

Rafael, descendiente huarpe, le contaba esta historia a su hija, María Zalazar, y ella se la cuenta ahora a sus nietos. La gente del departamento Sarmiento también la conoce y la relata como un hecho verídico ocurrido a principios del siglo pasado.

Se trata de una historia de la rica tradición oral de los pueblos huarpes del Sur de San Juan.

Érase una vez una niña, Sara, hija única de un próspero comerciante turco que vivía en el Sur de lo que hoy se conoce como el departamento Sarmiento, en San Juan.

Sarita le decía todo el mundo. Su madre murió cuando ella era un bebé y su padre la consentía en todo. Sarita no era una belleza, sin embargo su dulzura y bondad hacían que brillara el suelo que ella pisaba.

Para su padre, Sarita era el tesoro más hermoso y preciado del mundo entero.

Cuando la niña creció, se puso de novia con el hijo de un rico y poderoso hacendado de la zona. Sarita lo amaba con todo su ser y para el muchacho, ella era su vida.

Luego de un tiempo los novios decidieron casarse. La iglesia estaba del otro lado del río, allí tuvieron una ceremonia soñada en la pequeña capilla saturada de flores blancas y aroma de rosas.

Sarita, la novia
Sarita era la novia más hermosa.

Después del arroz y los saludos en el atrio, la pareja subió a su carro para la gran fiesta a la que estaba invitado todo el pueblo. Pero en el camino los sorprendió una tormenta, de esas oscuras, de mal presagio.

Los novios, a la cabeza de la caravana, estaban pasando el puente que cruzaba el río y en ese momento, una rueda se salió y el carro volcó. La novia no alcanzó a sujetarse y cayó al río turbulento.

En los desiertos, los ríos son secos y casi no traen agua. Pero con las lluvias de verano se transforman en verdaderos monstruos indomables que arrasan con todo lo que encuentran a su paso.

Sarita cayó y su marido se tiró a salvarla. Logró sacarla del agua y dejarla sobre una piedra, al costado del río. Pero el agua bajaba furiosa y terminó arrastrando al novio, a quien no pudieron encontrar, a pesar de la búsqueda con mil hombres que había ordenado su padre.

El peor final para Sarita, la novia

La fiesta se transformó en dolor en cuestión de segundos. La vida cambió para siempre.

Sarita no volvió a hablar nunca más, tampoco salía de su casa pese a los esfuerzos de su padre por devolverle la alegría comprándole vestidos y perfumes exquisitos.

Sus amigas no lograban sacarle una sonrisa. Flaca y ojerosa, porque casi no comía, Sarita era un espectro en su propia casa.

Un solo día al año, el día del aniversario de su casamiento y muerte de su marido, la joven se ponía su vestido de novia y con una lámpara se iba al río a buscar al muchacho perdido. Después, la encontraban mojada, estática, con la mirada perdida, y la llevaban a su casa.

Cuando habían pasado 12 años de aquel fatídico día, el mismo día del aniversario, Sarita se puso su vestido blanco. Pero algo había cambiado, ella sonreía, cantaba, y su padre vio con estupor cómo le cambiaba el agua a los pajaritos mientras hablaba con ellos.

El turco, un hombre rudo que había criado solo a la niña, tuvo miedo. Un mal presentimiento se apoderó de su corazón y no podía evitar esa angustia que le dificultaba respirar.

Al atardecer, como cada año, Sarita tomó una lámpara y salió a buscar a su marido al río. Todos en el pueblo sabían cuando la veían en la calle caminando con su vestido blanco. Por eso, al poco tiempo salían a buscarla para llevarla de regreso a su casa.

Ese año no la encontraron. Solo rescataron la lámpara y el ramo de flores que ella llevaba la noche de su boda, fresco, como recién cortado.

Siete días y siete noches buscaron a Sarita, pero nunca encontraron su cuerpo yacente.

Desde esa noche, cuando había tormenta, en el cruce del río la gente veía la luz, la lámpara de Sarita. “Avemaría purísima”, decían mientras se persignaban y apuraban el paso, llenos de pavor.  

“Mi padre me contaba que cuando no se podía pasar el río por la creciente, se aparecía Sarita. Por eso él decía que no era la luz mala, era el almita de la Sarita que salía a prevenir a los viajeros para que no pasen el puente y los mate la creciente como mató a su marido”, contó María Zalazar.

Sarita, la novia fantasma que se aparece en Sarmiento con una lámpara, era la luz buena, una protección. Muchos la siguen viendo en los confines de San Juan, en las noches de tormenta.

Sarita, la novia fantasma
Sarita no dejó nunca de buscar a su marido.

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María Zalazar
María Zalazar, jefa de la comunidad huarpe Cacique Colchagual