Versión sanjuanina del cuento “Los aparecidos”

Esta es la versión sanjuanina del cuento “Los aparecidos” publicada en 1953 en el libro “Cuentos y leyendas populares de la Argentina”, tomo IV.

La autora, Berta  Elena  Vidal  de  Battini, recogió durante años los cuentos y leyendas del país y con esos relatos elaboró una colección de diez tomos.

Este cuento le fue relatado por Domingo Pereyra, de 72 años, vecino de la Esquina del Sauce, San Juan. Se trata de una historia muy antigua, con cientos de variantes en todo el mundo, cuyo protagonista es un hombre valiente.

Sin embargo, el narrador sanjuanino le otorgó un final propio, al que la autora del libro reconoce: “El motivo final del cuento es ajeno al cuento tradicional”.

Es la historia de un hombre valeroso que no tiene miedo a nada y lo demostró durmiendo en una casa embrujada. Allí se encuentra con un fantasma. Parece que en la versión original todo termina bien, pero en San Juan…

Se aclara, como siempre, que se transcribe el cuento tal como fue publicado, respetando el modo de hablar del narrador.

Los aparecidos

Una vez había uno que se burlaba de todos los aparecidos y fantasmas. Y se reiba de los que le tenían miedo a las cosas que no son de este mundo. Y creiba que de cobardes se disparaban y él se creiba muy valiente.

Una vez hizo una apuesta, que él s’iba a pasar la noche en una casa abandonada qui asustaban todas las noches, y que no dejaban vivir a naide áhi. Por eso la habían abandonado los dueños y nadie podía cobijarse áhi.

Este hombre se jue a la casa esa, que quedaba en medio di un campo solitario. Hizo juego, puso un asado, comió, y trató de dormir. A eso de la media noche, mientras trataba de tomar el sueño, siente una voz ronca que decía del techo:

-¿Cairé?… ¿Cairé?… ¿Cairé?…

Después de varias veces el hombre le contesta con rabia:

-¡Cai, carajo!

Entonces diz que cayó un brazo de dijunto. El hombre sintió un poco de recelo pero se aguantó. Al rato, mientras hacía juerzas por dormirse, otra vez la voz ronca en el techo que decía:

-¿Cairé?… ¿Cairé?… ¿Cairé?…

-¡Cai, carajo! -le volvió a decir el hombre.

El hombre ya ‘taba viendo que no se trataba de susto sino que esto se ‘taba poniendo fiero, pero como era corajudo, si aguantaba. Y así jue diciendo la voz del techo: ¿Cairé?, y el hombre contestando que caiga, y diciendo unos ajos pa darse valor y pa insultar al fantasma. Y así jueron caendo todas las partes del cuerpo en esqueleto, hasta que se hizo un montón y se formó el cuerpo. Y al fin dijo:

-¿Cairé? ¿Cairé? ¿Cairé?

-¡Cai di una vez, carajo! -Le volvió a decir el hombre valiente, ya muy enojau y tamién con algo de miedo.

Áhi cayó la calavera y se formó el dijunto en esqueleto, y se levantó y lo devoró al hombre que creiba que todos eran cobardes. Lo devoró antes que cantaran los gallos, porque si se demora un poquito en contestar, y cantan los gallos, como todos los fantasma del otro mundo tienen que disparar, el hombre se salva.

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