En color o blanco y Negro, Santiago Paredes, el prolífico

Apiladas en horizontal o paradas, agrupadas o solas; chicas, grandes, medianas; había al menos 100 pinturas en su atelier, una gran pieza en el fondo de su casa, en la calle Aristóbulo del Valle, en Santa Lucía.

Pero esa era solo una pequeña muestra del pintor más prolífico que tuvo San Juan que llegó a realizar más de 10.000 obras que hoy se ven en muchas oficinas públicas y en casas de familias.

Las obras pululaban y mostraban sus temas preferidos: rostros, paisajes, costumbres, escenas de la vida cotidiana, flores, arquitectura sanjuanina. Era el año 1984 y esa “entrevista” al artista Santiago Paredes era la primera que hacía esta cronista cuando cursaba el primer año de la carrera Ciencias de la Comunicación.

Imposible olvidar el momento y mucho menos el personaje, porque Paredes era un personaje con todas las letras.

Siempre se lo podía ver caminando por la ciudad con sus llamativos y coloridos trajes en su figura imponente, su cara morena y su pelo blanco. Para esa época ya era muy reconocido.

Autorretrato

Aunque era una ignota estudiante, él nos recibió con afecto y nos dedicó mucho tiempo. Ese día relató que sus primeros pasos en el dibujo fueron gracias al fútbol. Es que cuando era niño vendía semitas en las canchas y ahí empezó a bocetar a los jugadores, aunque nadie le había enseñado a dibujar.

Había nacido en un hogar humilde el 3 de enero de 1916, pero lo inscribieron en el Registro Civil el 8 de febrero.

“Los jugadores importantes despiertan su admiración de niño sensitivo y quiere atraparlos en los primeros trazos que marca con carbones y lápices de colores que caen en sus manos.

Hace bocetos que luego termina en su casa ante el asombro de sus padres que ven a su hijo dedicado a labores tampoco productivas”, señala el artículo de Fernando Mo publicado en el libro “Cosas de San Juan” tomo III.

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Paredes, el autodidacta

Es un autodidacta con un don natural. Aconsejado por un amigo, Paredes envió sus dibujos a las revistas deportivas de Buenos Aires, por entonces, El Gráfico, Purrete, La Cancha, donde apreciaron el talento del joven sanjuanino y publicaron sus dibujos.

Fue el primer gol de Paredes.

Para pulir sus dones, Paredes fue a la escuela Obreros del Porvenir, donde recibió elogios de pintores como Tornambé, Pineda, Marín Ibáñez, Rodrigo, Lenzano y José María Lorda.

Pero su situación económica lo obligaba a seguir trabajando de panadero, por lo que recién en 1942 pudo egresar, tenía 26 años.

Una escueta reseña de su vida, publicada en la página del Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson, señala que Paredes enseñó Dibujo en escuelas primarias y dictó talleres en Refugio, pero se dedicó especialmente a pintar.

Expuso en el Salón Primavera del Ateneo Popular Libre de San Juan, 1939 y 1940; en los Salones de Otoño, 1946 y 1947, y en el Salón de Artistas Sanjuaninos, Homenaje a Echagüe, 1950, organizados por Refugio.

Recibió el Segundo Premio Adquisición, III Salón de Artes Plásticas, Semana Sarmientina; Quinquela Martín le otorgó el título de Caballero de la orden del tornillo.

Mo, por su parte, destacaba a Paredes como un gran observador que supo plasmar al detalle las viejas casonas, patios, puertas y ventanas de antaño, “como si un hálito misterioso le impusiera la misión de salvar con su pincel y paleta todo aquello que iba a destruir el terremoto de 1944”.

Paredes ilustró varias revistas y libros de autores sanjuaninos.

Técnicas y temas

Sus preferidos eran el grafito y la acuarela, también logró grandes obras con óleo, pero finalmente tuvo que dejarlo porque le producía alergia en las manos.

“Amo por igual tanto al grafito como a la acuarela. Los grafitos me brindan la oportunidad de exteriorizar la fuerza de mi espíritu y mis afanes creadores; las acuarelas me acercan a la naturaleza y al color y me envuelven en un manto de luces y flores”, dijo Paredes.

Según detallaba Mo, la obra de Paredes puede dividirse en dos grandes periodos: antes y después del terremoto de 1944.

Su gran colección fue pintada casi totalmente antes del terremoto, “revelándonos un artista vibrante, polifacético y optimista. Los más curiosos episodios de la vida cotidiana se reflejan en incontables grandes cuadros.

En el segundo período nos presenta un Paredes con añoranzas inevitables, y una personalidad acrisolada, particularmente en grafito adquiere un vuelo original”.

En una entrevista al pintor realizada en 1958 señalaron:

 “Santiago Paredes se considera un pintor telúrico, ama el suelo donde vive y ha tratado de captar siempre en sus pinturas, la esencia de las cosas y los seres, con sus costumbres tradiciones etc.

Busca el yo esencial del sanjuanino, conviviendo, sintiendo y compartiendo las experiencias cotidianas de la vida. Se interesa no solo por el paisaje, sino por todo aquello que rodea al lugareño.

La imponencia de nuestro paisaje, de los cerros, provocan en Paredes una emoción de exaltación plástica que trata de traducir en sus pinturas.

En cuanto al color, aporta al paisaje, a las cosas, a la gente, su imaginación exaltando el colorido. Paredes se considera un pintor impresionista espontaneísta, trata de captar con rapidez las fugaces y cambiantes emociones que produce la naturaleza, como un flash, las mayores variaciones plásticas, en el menor tiempo posible de ejecución”.

En una entrevista en ocasión de la donación de la obra, el artista relató que Muchachita al sol se realizó en el patio de su casa y en una sola sesión. La retratada es Amelia Bazán, sobrina del artista, hija de la hermana mayor Dora Paredes de Bazán. (MPBAFR)

La maravilla de ser recolector

Para quienes aman las antigüedades, las chacharitas son Disneylandia. Paredes las visitaba a menudo buscando piezas de bronce y metales, que generalmente le regalaban. Su hobby era armar con ellas nuevas piezas.

Su casa estaba atiborrada de estas creaciones metálicas: teteras, braseros, relojes de pared, lámparas, ventiladores, candelabros, molinillos, morteros, etc.

Costaba caminar en esa casa entre sus piezas de bronce mientras la mirada se perdía en las paredes donde no cabía una mosca, hoy es un museo que lleva su nombre.

Generalmente, a estos artefactos no los vendía, en sus últimos años había logrado un lugar importante entre los artistas locales y podía vivir de lo que dibujaba y pintaba.

Santiago, el cantor

“Cuando los pinceles se apartan de sus manos y los cacharros quedan detrás del telón, don Santiago silva y entona canciones con hermosa voz de barítono que maneja con destreza, aunque sin estudio.

A las reuniones donde no puede llevar sus cuadros lleva su voz realizando hermosas motivaciones de origen criollo y español, tronco racial de sus ancestros.

Lo hemos oído cantar muchas veces a capela con la seguridad de que si hubiera ejercitado su voz habría alcanzado merecida popularidad”, aseguraba Mo.

Finalmente, relata una anécdota ya conocida.

Estaba Paredes en Rodeo y salió de la casa donde se hospedaba acompañado del jefe de la familia de apellido Muro. Iban caminando por la calle principal, llegaron a la escuela y salió el director a recibirlos.

Al presentarse el director dijo llamarse Tapia y no pasó desapercibido para el artista que señaló la curiosa trilogía formada por Paredes, Muro y Tapia.

Hombre generoso

“Paredes hace más de 30 años que vive de su obra realizada con amor y capacidad; y puede decirse que casi no existe casa, escritorio o salón, donde no se haya colgado uno de sus cuadros”, decía Mo.

Luego agregaba que Paredes es un pintor que ha formado escuela y son muchos los jóvenes que llevan el sello de su estilo.  Algunos ya vuelan solos, pero se advierte en ellos la impronta del maestro, aun cuando pretenden disimularlo.

“Lo más destacado de su personalidad es la generosidad y aliento con qué trata a los principiantes, por eso el atelier de Don Santiago es un ser mentario de pintores noveles que buscan su consejo.

Por otra parte, es verdadero amigo de sus amigos siendo su dadivosidad inagotable cuando se trata de donar alguno de sus cuadros a escuelas oficinas públicas y tantas otras instituciones”.

Llegó a recorrer los barrios y las villas enseñando a pintar a niños que, como él, no habían tenido contacto con el arte.

El pintor sanjuanino murió el 28 de agosto de 1992, 12 años antes nos había regalado un ramo de tulipanes rojos, ahora enmarcados en madera.

Un día antes de morir pintó su última acuarela, un paisaje de Calingasta.