Los arrieros, ¿por qué eran tan importantes?

Los arrieros podían manejar cientos de cabezas de ganado en largos viajes desde Córdoba o San Luis, hasta Chile, desde donde volvían cargados de mercancías. Fueron piezas fundamentales en la economía del siglo XIX hasta principios del siglo XX.

La exportación de ganado en pie al norte de Chile fue una de las actividades preponderantes de los arrieros cuyanos; la importancia de este mercado se debía al aumento poblacional que tuvieron como consecuencia de la explotación de las minas chilenas.

Según lo publicado en el libro “Historia de San Juan”, de Carmen Peñaloza de Varese y Héctor Arias, los arrieros y carreteros se dividían en tres clases: los que actuaban con arrias y carretas propias, los fletadores, y los que trabajaban a destajo, simples capataces y peones.

“En Cuyo, los primeros eran los hijos de los hombres más distinguidos, llevaban a los mercados los frutos sobrantes de sus haciendas como vino, aguardientes, harinas, frutas secas, etc., e introducían al regresar lo que vendían en sus comercios”.

El mismo texto señala que el número de personas que componían los contingentes variaban según su importancia, pero un promedio obtenido de las licencias que se otorgaban para cada viaje los hace llegar a 10.

A los peones se les entregaba gratis la carne, la yerba mate, el tabaco y el papel para armar, costumbre esta que provenía de la colonia y qué pasó a ser regla del ejército respecto a los soldados.

Los arrieros no solo se destacaron en Argentina sino en toda América, en el mismo periodo.

El jefe arriero

No cualquiera podía ser jefe, era necesario un conocimiento profundo de sus hombres.

“Era al mismo tiempo compañero de aventuras y tutor. La práctica le ha dado el manejo de la gente, tan difícil en grupos tan reducidos que marchaban aislados, en donde se generaban fuertes tensiones”.

Mientras que también debía vigilar a los animales y las cargas, saber dónde se encontraban las aguadas y los campos de pastaje, y conocer mejor que nadie el camino y sus atajos.

“Al ser conductor y comerciante, conocía perfectamente el estado económico de los mercados. El fogón es el lugar de sociabilidad durante la marcha, similar a la pulpería pueblerina, se convertían en los periódicos caminantes llevando y trayendo noticias”.

Los que llevaban muchos años en esta tarea conocían todo el país, sus habitantes y costumbres, al igual que la economía. En esa escuela se formó Nazario Benavides, lo mismo que Facundo Quiroga.

Tras las huellas de los arrieros

En pequeño trabajo editado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, llamada “El arriero en San Juan” (2007), señala que la época de gloria de los arrieros fue entre fin del siglo XIX y principios del XX.

Reseña además que se arreaban entre 50 y 200 animales por cada cruce de la cordillera.

“Su tarea no era sencilla, había hacienda que partía desde Córdoba, La Rioja, o San Luis; se trataba de ganado criollo, muy resistente y adaptado a las duras condiciones climáticas de la región. Altas temperaturas, largos periodos de sequía en las tierras bajas y grandes amplitudes térmicas en las tierras altas”.

Una de las rutas más usadas por los arrieros atravesaba el Valle de la Luna, aprovechando un corredor natural al pie de las Barrancas Coloradas, para luego seguir por el río La Chilca que los guiaba directamente al río Bermejo.

De allí arreaban hasta Jáchal, pasando por Huaco y otras localidades intermedias.

“Gran parte de la prosperidad económica de la zona dependía de su trabajo. Cuentan en Los Baldecitos que los arrieros se abastecían allí de agua y pasto para su hacienda y se les cobraba por animal”.

Paraban luego en Jáchal o en Iglesia, zonas de excelentes pastos, se esperaba el paso del invierno y se organizaba el duro cruce de la Cordillera de los Andes.

Parte de los preparativos consistía en los vacunos. La travesía duraba entre 15 y 20 días hasta arribar a las localidades del norte de Chile que esperaban los arreos: Antofagasta, Copiapó, Vallenar, Coquimbo, La Serena y Ovalle, eran los mercados más importantes.

Allí se les retiraban las herraduras que se traían de regreso.

“El clima podía ser muy inclemente, con soles abrasadores durante el día y frío intenso durante la noche. Inesperadamente se levantaba el viento blanco que azotaba las cumbres con sus temperaturas muy bajas a menudo se cobraba la vida de hombres y animales”.

Con las alforjas llenas

Claro que no volvían con las manos vacías. Los arrieros traían géneros, tabaco, azúcar, conservas especiales, artículos de talabartería, y una gran variedad de bienes que formaban parte de este activo comercio.

Pero también productos más exquisitos como la seda que ingresaba a América por los puertos del Pacífico.

A menudo los arrieros tenían problemas con la policía, “que los acosaba a menudo ya que en muchas oportunidades la mercancía que llevaban era de contrabando. También sufrían asaltos de bandidos. Los paisanos del lugar mencionan las almas en pena de algunos asaltantes famosos que durante la noche vagaban por los caminos”.

Los pasos de los arrieros en San Juan.

Una investigación en Ischigualasto

“Visibilizando lo invisible. Grabados históricos como marcadores idiosincráticos en Ischigualasto (San Juan – Argentina)”, se llama el documento producto de una investigación realizada por  Guadalupe Romero Villanueva; M. Mercedes Podestá y Anahí Re.

Las investigadoras señalan que Ischigualasto fue paso obligado de los arreos de ganado vacuno que debían atravesar este ambiente desértico para llegar a otras localidades sanjuaninas intermedias, luego atravesar la cordillera de los Andes con destino final en Chile.

“Numerosas evidencias arqueológicas dan cuenta de esta actividad en Ischigualasto, así como las informaciones provenientes de los pobladores de la región que fueron protagonistas del tráfico ganadero o testigos de esta actividad”.

Agregan que la expresión arqueológica más firme del tráfico la componen numerosos bloques con grabados rupestres que jalonan uno de los tramos principales del camino seguido por los arrieros en la hoyada.

Dentro del total de estas manifestaciones se destacan las representaciones de marcas de ganado.

Arrieros famosos

José Clemente Sarmiento, el padre de Domingo Faustino, era arriero. En el libro “Recuerdos de provincia” Sarmiento lo recuerda como arriero de tropa. Conocedor de la dura vida de los arrieros, Sarmiento hizo construir refugios cordilleranos que los albergara, los que ser terminaron cuando él era presidente.

Refugio a la altura de Laguna Brava.

Se construyeron 14 refugios de piedra por “el camino de los Toros“, lo que hoy se conoce como el paso de Pircas Negras, que aún siguen en pie.

También fueron arrieros los que, según la versión popular, encontraron el cuerpo sin vida de Deolinda Correa mientras su hijo se amamantaba de su pecho. El niño fue salvado por los arrieros y en ese momento nació la leyenda y la santa popular Difunta Correa.

El hijo dilecto de Jáchal, Eusebio de Jesús Dojorti o Buenaventura Luna, escribió el poema legendario “El fogón de los arrieros”:

Quise armar un fogón allá en la sierra
en mis lejanos pagos jachalleros,
que llamara, cordial, a los arrieros
de todas las distancias de mi tierra.

Un fogón que llamara a los andantes
de todos los caminos y las razas,
a juntarse al calor de nuestras brasas,
a conversar de cosas trashumantes.

Imagen de portada con información adicional en la postal. Los personajes son sanjuaninos.