El barro cubría sus manos que con destreza manejaban la pasta húmeda mientras el sol secaba los adobes que ya pasaron por el molde de madera. Él no advertía que es uno de los pocos en la provincia con un saber casi perdido en el tiempo: Jorge Castillo es adobero y vive de este oficio.
Es, además, un artesano de la construcción.
Este conocimiento ancestral podría desaparecer en San Juan ya que se trata de un material no permitido actualmente en la construcción. Sin embargo, en las zonas rurales se sigue usando para levantar la vivienda familiar.
“Yo veían a mi padre trabajar en esto cuando era niño, pero recién a los 14 o 15 años empecé a hacer mis propios adobes, ya tengo 59 y vivo de esto”, contó Castillo.
Esos adobes que hacía su padre eran diferentes a los que hace ahora para la obra que realiza Juan Diapolo en El Milagro, Albardón. “Eran adobes más chicos, estos que hago ahora son más grandes y se cuida mucho la mezcla del barro: tierra, arcilla y arena en determinas proporciones”, explicó.
Su única compañía era la música que sonaba desde su celular. Jorge no tiene ayudantes, pero Diapolo buscó facilitarle el trabajo con una mezcladora; y además calentando el agua para armar el adobe.
Castillo tiene un molde de madera para dos adobes, en el piso los llena de mezcla, los humedece con agua tibia, empareja y saca el molde.
El proceso es lento, por día puede armar unos 80 adobes trabajando siete u ocho horas.
“Quedan pocos que sepan hacer adobes, casi nadie”, sentenció Castillo, que es hombre de pocas palabras.
Cuando Diapolo lo buscó para que trabajara en la obra le contó que quería hacer con adobes una casa redonda, el Hornero, y Castillo lo miró con los ojos achinados de desconfianza.
Fue un trabajo inédito para todos porque los moldes se hicieron especialmente para obtener la curva de la pared. Es decir que, con una logística única, se hicieron varios moldes que respetaban el radio de la curva de la pared.
“El adobe es aislante, es bueno para el invierno y para el verano”, aseguró.
Uno de los dos hijos varones que tiene Jorge, a veces va a la obra y le ayuda, pero él quiere que estudie. El trabajo de adobero es pesado, requiere fuerza y flexibilidad; paciencia y delicadeza.
Cuando la cara superior se seca, el adobe se coloca de costado para que termine de secarse con el viento y el sol. Finalmente, uno por uno, se pule y se empareja.
Castillo trabaja a gusto en contacto con la tierra: “Yo vivo en una casa de adobe y con esta obra me dieron ganas de ampliar con este material y esta técnica”.
En la misma tierra, más allá, los adobes secos se paraban como los guerreros de terracota chinos y ofrecían una postal entrañablemente simple y hermosa.