Angaco

Batalla de Angaco: “¡No maten a ese valiente!”

Una guerra fratricida, la batalla más cruenta entre unitarios y federales del país ocurrió acá en San Juan, la Batalla de Angaco, de la que quedaron grandes historias que pocos conocen.

Este 2021 se cumplen 180 años de la Batalla de Angaco, ocurrida un 16 de agosto de 1841, en Punta del Monte, departamento Angaco, 23 km al noreste de la Capital de San Juan.

En ella, los unitarios, liderados por Mariano Acha, tuvieron una victoria efímera, ya que dos días después la balanza se inclinaría para los federales locales, liderados por Félix Aldao y Nazario Benavides.

“¡No maten a ese valiente!” se oyó el grito en el medio del zafarrancho de la lucha. Los que gritaban eran unitarios y el valiente era el Mayor Melchor Aldao, un federal.

Según cuenta el primer historiador de San Juan, Nicanor Larraín en su libro “El país de Cuyo”, (1872), cuando Aldao, que era sobrino del fraile, vio a su gente muerta o desecha, atacó con furia  la infantería de Acha.

Ilustración Pablo Molina, Mathias Olguín.

“Y en su rabia y desesperación por la resistencia espolea su caballo y salta la zanja cayendo como un rayo en medio de la infantería enemiga. Tanto arrojo despierta la admiración de todos y fue entonces cuando se oyen gritos de ‘¡No maten a ese valiente!’. Pero era tarde, caballo y caballero cayeron ensartados en las bayonetas”.

En el libro “Historia de San Juan” (1966) de Carmen de Varese y Héctor Arias, relataron que Gregorio Aráoz de Lamadrid había urdido un plan para invadir San Juan que estaba en manos de los federales. En ese momento su situación era difícil ya que estaba incomunicado por el norte y  por un costado tenía a Félix Aldao y a Nazario Benavides.

“No obstante, con una extraordinaria audacia resolvió realizarlo. ‘La invasión a Cuyo sobre aquel cuadro de circunstancias parecía un pensamiento quimérico’. Pero Lamadrid le ordenó a Acha que a marcha acelerada ocupara San Juan y que una vez allí tratara de abastecerse de cuánto le fuera posible ya que el ejército de todo carecía”.

Campamento en Trinidad

Así lo hizo Acha y sin mayor esfuerzo ocupó San Juan el 13 de agosto de 1841. Estableció el campamento general en La Chacarilla, Trinidad.

Con estas noticias, Aldao y Benavides (que estaban peleando en el Norte) volvieron para defender la ciudad. Acha resolvió abandonar La Chacarilla y salir al encuentro por el Noroeste. Y apenas pasó el río San Juan chocó con la vanguardia federal a la que rechazó después de dos horas de lucha.

Acha llegó a Punta del Monte, en Angaco, y después de analizar su geografía ordenó su ejército que se situara estratégicamente en un área donde tenían por delante el canal, y a derecha e izquierda respectivamente las primeras estribaciones de Pie de Palo y las últimas del  Villicum.

“Apenas los federales estuvieron cerca de la línea unitaria se abalanzaron al combate pero fueron rechazados. Vueltos a la carga, como carecían de artillería, no pudieron neutralizar el efecto mortífero de los cañones que causaron verdadera matanza”.

Entonces, Aldao ordenó al Coronel Díaz que atacara con su infantería el centro de Acha. Se dio ahí  un combate cuerpo a cuerpo, “donde ambas partes dieron muestras de heroicidad. Por fin, tras repetidos embates, la suerte correspondió a los unitarios.

Punta del Monte fue así escenario de uno de los más sangrientos encuentros de las guerras civiles argentinas”.

Después de perder en Angaco, Benavides se retiró, había sido derrotado en su tierra bajo la conducción de Aldao, en su carácter de jefe superior del Ejército Combinado de Cuyo.

Los datos de Larraín

El Ejército Federal llegó a pelear con 2.200 hombres; mientras que la Coalición del Norte (bajo el mando de Acha), contaba con unos 600 hombres.

“La gente de Acha se colocó frente a la travesía teniendo por delante una acequia y haciendo espalda sobre los cercados y alameda de la finca de aquel distrito que hoy forma parte del departamento Angaco Norte.

A la derecha, son terrenos medanosos que se extienden hasta tocar con la sierra de Pie de Palo, y a la izquierda los despuntes y cajones de la sierra de Villicum.

Después del choque, a las 6 de la tarde, la derrota se produjo en el campo y Aldao abandonó cañones y bagajes. Unos 150 hombres quedaron prisioneros en un campo sembrado de 1.000 cadáveres del Ejército de Cuyo y 200 de la gente de Acha”, contaba Larraín.

“Entre los episodios históricos heroicos de este combate se refieren los siguientes: Dos oficiales, enemigos personales que militaban en filas contrarias, se reconocen al principio de combate, se injurian y concluyen por retarse a duelo. Cada uno tomó un fusil del primer soldado que tiene a su lado y haciendo fuego a la vez, dan en el blanco y caen ambos, bañados en su propia sangre”.

La página revisionistas.com relató que Acha iba al encuentro de los federales y se cruzaron en los campos de Angaco con todo el ejército del general José Félix Aldao, del cual formaba parte el general Benavides con las fuerzas sanjuaninas. 

Después de una terrible pelea que duró desde la salida del sol hasta el caer de la tarde de aquel día, y no obstante la desproporción enorme entre las tropas beligerantes: 600 hombres de Acha contra 2.200 de Aldao, la suerte de las armas favoreció a los primeros… los federales tuvieron más muertos que el total de los efectivos unitarios”.

En primera persona

En sus memorias, Félix Aldao escribió sobre la Batalla de Angaco. Es el relato más crudo de ese día.

“En las trincheras que había cavado a pocos metros de la ciudad, en los campos de Angaco, Acha aguantó a pie firme el embate de nuestras fuerzas. Tres mil hombres a mis órdenes y las de Benavidez se abalanzaron sobre las posiciones de Acha en una lucha espantosa.

Los dos ejércitos ubicados a escasos metros de distancia se dispararon con todo lo que tenían a mano, peleando casi a ciegas porque nos tocó batallar en tiempos de sequía, cuando el zonda, ese viento lúgubre y espeso, barre la provincia levantando tal polvareda que apenas nos veíamos las narices.

Sin embargo Acha se sostuvo sin ceder terreno ni darnos respiro. El Huaso Rodríguez puso empeño y todo lo que un hombre debe poner para lograr la victoria, pero una bala lo derribó del caballo y por poco se lo lleva al más allá. Sin el Huaso me sentía perdido, solo golpeaba sin ver.

Acha en ningún momento se amilanó ante nuestra superioridad. Al contrario su figura se agigantaba a cada momento. Al frente de su infantería, nos regaló una nube de plomo que impidió cualquier intento de aproximación.

Nunca vi tanta confusión en mi larga vida de guerrero. Peleábamos a ciegas contra fantasmas de polvo con convicción suicida. Las balas zumbaban sobre nuestras cabezas. Los caballos morían a nuestros pies.

Disparábamos sin ver y la muerte, como un cuervo negro y misterioso nos golpeaba una y otra vez. Bruscamente y sin que nadie diese orden alguna, cesó el fuego. Nuestros oídos tardaron en acostumbrase nuevamente al silencio.

Nadie podía saber quién había salido vencedor de esa batalla en las tinieblas hasta que el humo se disipó y entre los jirones grises vi cientos de cadáveres que se amontonaban en las trincheras. Había perdido mil hombres en pocos minutos y sin saber cómo ni porqué.

Por primera vez en mi vida sentí que nada, absolutamente, nada tenía sentido. Esto era un suicidio, no había otra forma de llamarlo. Sin más, decidí mandarme a mudar. Era una locura seguir perdiendo hombres sin saber contra quién peleábamos.

A Rodríguez me lo habían herido y yo no estaba muerto de pura suerte. No era cuestión de perderlo todo por un capricho ciego. No quería seguir peleando, di la orden retirada. Ya habría tiempo de venganza.

Benavidez, viendo que mis hombres abandonaban el campo montó su caballo y rumbeó para el norte. Dos soldados de Acha le salieron al cruce, pero en esta vida ya quedaban pocas cosas que pudiesen intimidarlo a Don Nazario. Les hizo frente con su lanza legendaria y al rato nomás los dos paisanos quedaron tendidos a la vera del camino”.

Después de la batalla

Benavides sólo pensaba la revancha y en recuperar su provincia. Rápidamente se dirigió al gobernador de Mendoza y pidió auxilio el que llegó con José Santos Ramírez y las fuerzas reorganizadas, más los mendocinos.

Acha había regresado al campamento de La Chacarilla confiado, “pues desconocía la perseverancia y el carácter de Don Nazario que le llevó un ataque al mismo campamento el día 18. Allí hubo tanta agresividad como en Angaco”. Esta vez el triunfo fue del “caudillo manso” quien días después (Acha se atrincheró en la catedral con algunos hombres hasta que terminó rindiéndose) lo entregó a las autoridades federales.

La zona, hace 60 años

Cuando César H. Guerrero escribió “Lugares históricos de San Juan” (1962) le dedicó un capítulo a la Batalla de Angaco y recorrió toda la zona.

“Este paraje situado en los límites con el departamento Albardón por el oeste, como unos 25 kilómetros al noroeste de la ciudad de San Juan, tomó su nombre de la sinuosidades del terreno. Ahí se desarrolló la batalla, donde terminaban los montes y arboledas de la parte fértil de la región y comenzaba el espacioso desierto de la travesía que se extendía hasta Jáchal por el norte y hasta Valle Fértil por el este”.

“Mirando al este observamos los arenales de aquel entonces convertidos en ciénaga y nos asalta de inmediato el recuerdo de las fatigas sufridas por las huestes del fraile Aldao que retornaba para precipitarse sobre la vanguardia del General Lamadrid comandada por el coronel Acha quien valientemente rechazaba la acometida”.

Luego, mirando al oeste, Guerrero notó el surco abierto por el arado que llega hasta la calle que divide por este rumbo el sitio de la contienda.

“Y por el sur, el cultivo de las tierras que avanza están muy cerca del lugar donde estuvo acampado el comandante vencedor en el momento del combate, como queriendo cobijar con su nuevo manto augusto y redentor la sepultura de tanto héroe que arriba allí rindió culto al coraje y al valor”.

Y luego agregó: “Si no fuera por la curiosidad del conocedor de lo que encierra aquel sitio a los ojos de la historia, llamado también ‘campo de batalla’, pasaría inadvertido a la vista de los transeúntes que por allí aciertan andar, toda vez que no tiene nada particular como no sea una rústica cruz de madera que se encuentra enclavada a corta distancia de la calle Ontiveros y que algún piadoso o deudo colocó allí, quizá respondiendo a una promesa de los muchos que pagaron con su vida el afán de la organización de la república”

Finalmente cierra con una personalísima comparación: “Aquí las tropas peleaban como tigres en la lucha de hombre a hombre, cual gladiadores de lanza sin armadura, para regar con sangre generosa la estéril arena de la pista improvisada.

Así fue como Angaco, que fuera en épocas pretéritas cuna de sumisos caciques de las tribus huarpes y colaboradores fieles de la conquista española, vino muchos años después a servir de escenario a un sangriento combate de corte homérico”.

¿Qué se dijo de esta batalla?

De la Batalla de Angaco dijo el General Paz en sus memorias que “hace el más alto honor al valor, al patriotismo, a la abnegación de los que en ellas se encontraron, el triunfo sobre ser en extremo honroso por la desproporción de las fuerzas  y fue completo porque las de Aldao fueron batidas hasta ser pulverizadas”.

Sarmiento la juzgó así: “La Batalla de Angaco es un oasis de gloria en que el ánimo puede de posarse en medio de este desierto sembrado de errores de desaciertos y derrotas”.

Hoy, el monolito que recuerda la batalla fue vandalizado, rompieron una de las placas de travertino y la bandera que debería flamear alto, apenas fue atada sin izar.