Casi no hay archivos con su nombre en internet, ni notas periodísticas, ni fotos (salvo unas pocas en Facebook), ni registros en SADAIC de sus canciones.
Juan “el Negro” Ortega Luna fue protagonista del nacimiento del rock sanjuanino y precursor en la movida del folclore andino en San Juan, pero siempre escapó a los flashes.
Él perseguía su utopía.
Tocó con muchos de los músicos del under y también con los que eran figuras, nunca puso su nombre al frente.
Como quien atiende a una vieja amiga, el Negro abre las puertas de su casa para contar su historia. Adoptó una larga barba blanca, un estilo cada vez más parecido al de su padre.
El Negro Juan está cambiado, y no es sólo la apariencia. Hace cinco años hubiera dado mil excusas para no hacer la nota, porque nunca fue una opción hablar de sí mismo.
La música lo acompaña desde que nació. Su padre, Gaspar Ortega, tocaba la guitarra y cantaba folclore en las fiestas familiares; y su madre, Jovita Luna, también cantaba muy bien. Ambos eran jachalleros, pero vivían en Rawson cuando nació Juan. Algunos hermanos y familia aún viven en Jáchal.
“Mi viejo era amigo de Jorge Cafrune y ostentaba ese look, lo conoció porque Cafrune venía mucho a San Juan y a Huaco porque era amigo de Buenaventura Luna”.
Gaspar tenía un camión y lo contrataba Vialidad para llevar combustible y víveres a los puestos de esa repartición en una época en la que los caminos se estaban abriendo.
“Era un camión canadiense de la Segunda Guerra Mundial con tracción delantera y se metía donde no había ni huella. Yo me iba con él y así conocí todos los pueblitos de San Juan. Entregaba y se volvía con el camión cargado de leña”, contó Juan.
Juan hizo la primaria en la escuela Antonio Torres y la secundaria “en la gloriosa escuela Boero”. Nunca se había llevado una materia hasta que en sexto año se llevó todas porque se iba a tocar con los amigos. Rindió libre el último año de Electromecánica.
En 1980 hizo el Servicio Militar Obligatorio en la Fuerza Aérea Argentina, en Ezeiza y, aunque parezca mentira, son épocas que recuerda con júbilo. “Yo estaba como de vacaciones allá porque tenía tiempo y plata. Laburaba día por medio en el aeropuerto y todos los fines de semana me iba a ver recitales. Cuando vino Paco de Lucía me compré las dos funciones en la cuarta fila. Era la panacea”.
Allá tenía un compinche, el Pollo Albano, a quien siempre invitaba.
Primeros acordes
Dicen que era un niño-adolescente de 14 o 15 años cuando un desamor lo obligó a tomar la guitarra, que su hermano le había regalado a su madre, y con ella pudo sublimar esa pena. “No tengo ni idea que toqué ese día, era un chapuceo nomás”.
“La música no se enseña, se aprende. Si te gusta, vas a aprender, escuchando, conversando, mirando, tocando”.
Un plus en su vida fue vivir en un barrio plagado de grandes músicos. A la vuelta de su casa, en la calle 12 de Octubre, vivía Rulo Tejada, al lado, Tony Berenguel; para el otro lado vivía Alejandro Sánchez y a unas tres cuadras vivía Ernesto Villavicencio, pavada de vecinos.
“No había pavimento y las acequias eran de tierra. Nos sentábamos a tocar y en las noches cuando volvía de tocar el Negro Villavicencio, con su traje y su guitarra, se quedaba un rato con nosotros. Era muy jodón, nos reíamos mucho con él”.
Siempre había movidas musicales, en las casas o en las calles del barrio. Los hijos de Rulo Tejada, los Cuadros Colgados, ensayan aún en la casa del Rulo.
“Mi vieja tenía un lugar que le decían “el bulín”, en una época lo alquilaban Luis Solera y Valenzuela, ellos trabajaban en el quiosco de una escuela. También lo usábamos de sala de ensayo… mi vieja nunca nos decía nada”.
En la Escuela de Música estudió flauta traversa, pero hay muchas asignaturas comunes a todos los instrumentos y los fue conociendo a todos.
Tenía 17 años cuando fue parte del grupo de rock Astral, junto a Tony Berenguel, Rulo Tejada y Roberto Benegas. No hay grabaciones de esa época. “Yo entré de choclo porque ellos tocaban con Daniel Plana, que era tecladista, y se fue a estudiar a Córdoba, entonces entré con otra guitarra”.
Eran muy rigurosos, si no salía bien no se hacía. Con Astral tocó en el Anfiteatro en el año 1979, cuando vino de Mendoza, Marciano Cantero y otros dos grupos de allá. También tocó un trío de jazz de La Plata, con Marcelo Torres, quien después tocó con Spinetta y otros grandes.
Amor por lo nativo
El Negro militó desde chico en el Partido Comunista. Jáchal fue un semillero importante de grandes figuras del partido de la estrella roja. Su visión de un mundo más justo incluía la idea de la Patria Grande, esa de la que hablaron San Martín y Felipe Varela.
Más temprano que tarde se dio cuenta de que lo suyo no era el rock.
En la época de Astral, su hermana le regaló una quena y fue lo que apuró su amor por la música andina.
Primero fue el grupo “Puca Huara”, que significa estrella roja (nada es casual). Allí estaban Cholo Carrizo, Lalo Galíndez, Alberto Manrique (percusionista que hoy vive en Italia), Walter Astorga y Juan.
Eran épocas en las que nadie tocaba con instrumentos de viento, y estos pioneros estuvieron en los escenarios de todas las fiestas departamentales de la provincia.
Antes de que este grupo se desarme (cuando varios integrantes se fueron de San Juan), Juan armó “Kacharpari”, que son los músicos que tocan en las kacharpayas, las fiestas de despedida.
Los Kacharpari eran: Alejandro Sánchez, Lalo Galindez, Horacio Lavaisse, Beto Manrique, Víctor Lucero, Luis Díaz, Juan Ortega, “y mil más”.
Vivían en una casa prestada en la calle Matías Zaballa y Libertador, “eso era un antro atómico, todos los días chacota viva, asados todo el verano y alcoholes todo el año”.
Tenían una perra doberman, Bigornia, y un día se les escapó para el lado del restaurante Las Leñas que estaba lleno de gente cenando. Los mozos la engañaron con algo de comida y así pudieron atraparla. Para que Bigornia no pase hambre y se vuelva a escapar, los mozos le guardaban restos de comida, pero eran presas enteras que terminan en el estómago de los Kacharpari.
– En esa casa teníamos ensayos teóricos…
– ¿Cómo ensayos teóricos?
– Si, cada uno tirado en un rincón proponía algo para un nuevo tema. Yo decía: ‘vamos a comenzar en un La menor Novena’, y cada uno iba haciendo un aporte verbal, después cuando nos poníamos a tocarla salía bien.
Este grupo hizo un recital en el Auditorio junto a Susana Castro y Dúo Capayán, y convocaron tanta gente que se llenaron hasta las escaleras de los pasillos.
Grito Andino
El clamor. El reclamo. La demanda. El grito de resistencia de todos los pueblos nativos de América. El Grito Andino era la voz de los que nadie quería escuchar.
Este grupo comenzó con unos pibes que querían tocar y cantaban bien. “Había uno que apenas chapuceaba el charango, otro que apenas tocaba la guitarra, pero los hermanos cantaban bien, así que armamos como un taller en el sindicato”.
El grupo inicial estaba formado por: Ariel Castro, Fredy Páez, Alberto Páez, Beto Manrique, José Orquín, Gustavo Navarro, Juan Ortega Luna, “y mil más”.
“Fuimos 10 días a Chile con Grito Andino, nos pagaron en dólares, teníamos una cabaña para nosotros. Después de tocar nos íbamos a la playa y seguíamos guitarreando. La pasamos bomba”.
También tocaron en Formosa y las anécdotas sobran. Ariel Castro era experto jugador de pool y lo mandaban a jugar por plata porque no tenían un peso.
En 2022, se subió a YouTube un material inédito de Grito Andino grabado en La Rioja, editado en Capital Federal y mentado en Italia en la década del ‘80. En esa época los diarios publicaron que el disco se financió desde Italia.
Ortega también fue parte de Ensamble Contemporáneo Andino que tuvo como director a Miguel Ángel Sugo.
Otro grupo especial se creó para participar del preCosquín, un trío que ensayaba en el auditorio Juan Victoria donde trabajaba Alejandro Sánchez. Mientras que “Ceibal” se conformó con Enrique Sabatini, Gustavo Bustos y Juan.
Con Rulo Tejada, Juan armó “Ahura Va” (como un grito criollo de ‘ahora’ es ese Ahura); se sumaron Enrique Sabatini, Rubén Cigno, y siempre con invitados.
Ortega también acompañó en su último disco a Marcelo “Pájaro” Caballero.
Negro Figueroa y Tejada Gómez
En 1983, en el regreso de la democracia en el país, vino a San Juan, Armando Tejada Gómez a participar de un espectáculo con los Inti Huama. Al otro día había una peña en la sede del PC que estaba en la calle San Luis antes de Salta.
Ahí el Negro Figueroa quería mostrarle a Tejada Gómez una canción que había hecho con un poema de Tejada Gómez. “El Negro no se animaba a mostrarle y en un intermedio le dije a Tejada Gómez: ‘Maestro tenemos un amigo que musicalizó poemas suyos’. Nos dijo que bueno y esperamos que se fueran todos”.
Cuando llegó el momento Tejada Gómez le preguntó a Figueroa:
– Y ¿qué poema has musicalizado?
– Primera Soledad…
– ¡Cómo le van a poner música a Primera soledad si no tiene pies ni cabeza! (era un verso libre, sin rima ortodoxa).
El Negro Figueroa tocó esa canción maravillosa y Tejada Gómez aprobó. Después cantaron Primera Soledad, Suna Rocha, Teresa Parodi, entre otros grandes.
El presente, en 2×4
Mirtha Abramavicius vivía justo frente a la casa paterna-materna de Juan. Ella cantaba y a veces participaba de las juntadas musicales; ahora viven juntos y comparten escenario, ella canta tango y Juan toca la guitarra.
“Ya no me gusta la música, casi no voy a recitales. Muchos suenan mal y se suben a un escenario sólo por unos pesos.
Algunos tienen habilidad, pero no veo un proyecto como en su momento fue Pléyades, por ejemplo. Se destacan los Huaykil, que son constantes y han trascendido, ellos son una tribu”.
A él, lo conocen todos.
“El Negro Juan Ortega era una persona a la que nunca le interesó mostrarse. Él era el antiprensa, no le interesaba para nada eso. Creo que fue guitarrista de Susana Castro. Tiene composiciones y nunca se interesó en registrar los temas en SADAIC”, dijo Hugo Figueroa, también músico y compositor.
“Era muy intuitivo. Tenía una onda clasicoide (SIC) para tocar y manejaba cosas interesantes en armonía. Tocaba muy bien la flauta”.
Ajeno al entorno, a la opinión y las sentencias, pero preocupado eternamente por las cuestiones políticas del mundo y de su país, en Negro sigue su propio pulso.
Busca la guitarra y se va al patio, se sienta y se pone a calentar los dedos. Mirtha busca su carpeta de letras. Están eligiendo tangos nuevos para su repertorio.
Hasta antes de la pandemia la casa de Mirtha fue escenario de grandes tocadas. Los jueves, todos iban a escuchar música y a tomar alguna cerveza. Ya no tienen ganas de volver a esas movidas multitudinarias.
Ellos, con o sin público, siguen tocando y cantando. Es que, como dijo Galeano, la utopía es eso que nos hace seguir caminando.