Leyenda del pájaro carpintero: un indio valiente

Esta es la Leyenda del pájaro carpintero y un indio valiente que narra una historia de tiempos remotos.

El relato fue publicado por identidad-cultural.com, tiene lugar en la provincia argentina Tierra del Fuego, donde entre los Selk`nam, ancestrales moradores del lugar, habitaba un hombre llamado Kákach.

“Dicen que dicen… que entre los Selk`nam, antiguos habitantes de Tierra del Fuego, vivía un hombre de menudo cuerpo, pero muy fuerte, decidido y corajudo que entre sus congéneres era reconocido como un ser valiente, pero también prudente. Todos lo llamaban Kákach.

Cierta vez, mientras el joven se paseaba a orillas del mar, vio venir desde el norte a una mujer de colosal tamaño, pero con una particularidad, tenía la cabeza muy pequeña, tanto que desentonaba sustancialmente con su amplio cuerpo.

El hombre, al verla corrió para avisar a los demás, pero nadie le creyó.

Kákach, entre asustado y desesperado, se acordó de Kauj, un anciano sabio y hacia él se dirigió con premura para consultarlo.

Kauj escuchó con atención la descripción que hizo Kákach de la mujer que había visto emerger del mar. El sabio, con el ceño fruncido y aspecto preocupado,  dijo reconocer a la mujer, refiriéndose a ella como Taita, a lo que agregó: ‘es la peor noticia que has podido darme’.

Cuentan que por aquellos tiempos, la hoy conocida como Tierra del Fuego solo tenía agua apta para ser bebida en una laguna, ya que los ríos, lagos y lagunas aún no se habían formado.

Así fue que cuando Taita tuvo sed, con sólo olfatear el ambiente descubrió la tan preciada laguna y hacia allí se dirigió.

Dueña del agua

Luego de rondar el lugar, la mujerona decidió que nadie más que ella bebería de la laguna, entonces comenzó a cortar árboles, los más altos y robustos con los que rodeó la laguna cercándola y se sentó a esperar.

Uno a uno fueron llegando al lugar todos los nativos en busca del vital elemento, pero Taita, con decisión, los espantó a todos, cuchillo en mano y firme convicción.

En pocos días la desesperación se apoderó de todo el pueblo.

Kákach estaba más que enojado, enojadísimo, y se prometió así mismo, terminar con la bruja malvada de una vez por todas y le declaró la guerra.

Cumpliendo con el ritual, se hizo pintar la cara de rojo, costumbre que presagiaba la lucha, luego pidió traer polvo de carbón y con él se frotó el cuerpo para no ser visto bajo los rayos lunares.

Llegada la noche, se deslizó con sigilo hasta donde se encontraba la impía enemiga. En la soledad nocturna, bajo el cielo estrellado, el guerrero comenzó a desplegar su plan.

Su objetivo era abrir una zanja hacia el corral de Taita, con mucho esfuerzo fue avanzando poco a poco. Ya amanecía cuando al fin divisó su objetivo. Sí, allí estaba Taita cuchillo en mano. Daba temor verla allí, con su impresionante figura.

Entonces Kákach se deslizó cuerpo a tierra y en un descuido tomó a la mujer por los tobillos, la sujetó tan fuerte que ella rodó por tierra, entonces, decidido le arrebató el filoso cuchillo, pero Taita con ligeros movimientos lo tomó de los cabellos y él aulló de dolor.

Ella, ni lerda ni perezosa, lo sujetó de la lengua con todas sus fuerzas, y se la estiró y estiró con idea de mordérsela, pero el muchacho reaccionó rápidamente y logró golpearla con el mismísimo cuchillo que le había quitado, hasta dejarla sin vida.

Pelea despareja

Kákach había logrado su objetivo. Con gran dificultad se dirigió hasta la laguna y allí pudo aplacar su sed, luego enjuagó sus heridas y con una caracola que encontró por allí, entre dolorido y tembloroso, juntó agua para llevarle a los más ancianos.

Los demás, al enterarse de las buenas nuevas, corrieron a la laguna atropelladamente y al fin bebieron hasta saciarse.

Kauj, el sabio, dijo que debía hallarse una solución para que no volvieran a repetirse hechos tan desgraciados como el que había acontecido. Nadie más debía adueñarse del agua.

Como Kauj además de sabio tenía ciertas dotes de mago, tomó una honda, mojó una piedra en el lago, la acomodó con suma paciencia y la arrojó tan lejos y tan fuerte como pudo.

Al caer, la piedra horadó el suelo, rajando la tierra y abriendo un cauce de lo que sería un río, entonces el agua de la laguna corrió libre por allí.

Luego volvió a tomar otra piedra más grande, la arrojó y la enorme fuerza descendente creó un hermoso lago. Y así arrojando piedras surgieron lagunas, ríos y arroyos.

Ustedes se preguntarán que fue del bravío guerrero Kákach, bueno parece ser que la pelea con Taita lo desequilibró un poco y se le dio por hacer cosas raras, como golpear y treparse a los árboles dando estrepitosas carcajadas.

Un día y ante la mirada azorada de su pueblo, el joven fue transformándose en un pájaro, cuya cabeza, tal cual Kákach la tenía pintada para enfrentar a Taita, luce hasta hoy un copete rojo, plumaje negro y brillante, lengua larga y entre picoteo y picoteo deja escapar un sonido, que asemeja a la risa.

¿Adivinan en que pájaro se convirtió Kákach? Claro que sí, en un hermoso pájaro carpintero, habitante de los bosque fueguinos.

¿Y qué fue de Kauj, el anciano? Dicen que a su muerte, emergió de su cuerpo un búho que también vive en los bosques y que cada vez que ve a un desconocido emite un chistido en señal de aviso para que nadie más se adueñe de las aguas.