Los textos de Sarmiento que casi nadie lee

En 1938, el historiador y escritor sanjuanino César Guerrero señalaba que para conocer bien a Sarmiento había que leer sus obras, esos textos de Sarmiento que casi nadie lee.

“Os recomiendo leer sus obras con detenimiento. Leed ‘Mi defensa’ y veréis en sus páginas como se pinta él mismo, antes que sus adversarios quieran denigrar lo por su precaria situación se apresura a revelar su pobreza diciéndoles al mismo tiempo lo rico que es en ideas”, decía Guerrero en su libro “Sarmiento, en el 50° aniversario de su muerte”.

Así comenzaba a enumerar las principales obras del ilustre sanjuanino aconsejando su lectura.  “‘Recuerdos de provincia’, el libro más emocionante del gran educador donde narra la historia de su agitada vida, su ascendencia y sus peripecias con lujo de detalles que conmueven al más indiferente por la sinceridad de su relato”.

Sarmiento

‘Facundo’, el libro vibrante en el concepto y en la esencia, es la obra cumbre de la literatura americana consagrada y destinada a vivir imperecederamente como una joya literaria, al decir de Guerrero.

“’Viajes’, para gozar de los deleites que proporciona una buena lectura,Educación popular’, la obra que ningún maestro debe desconocer, aunque su sistema haya caído en desuso. Argirópolis’, el libro que contiene la visión de un idealista que deseaba la armonía en las provincias argentinas y la organización nacional, sin enconos ni antagonismos localistas. En esta obra, Sarmiento recomendaba un lugar equidistante para capital de la república.

‘Campaña en el ejército grande’, conoceréis al cronista eximio y al narrador insuperable, leed ‘Vida de Dominguito’ y notaréis enseguida que se esfuma el hombre hosco y grosero para aparecer el padre cariñoso y fraternal.

Mi vida libro

Y más obras de Sarmiento

Leed ‘Conflicto y armonías en las razas de América’ y notaréis enseguida cómo surge el precursor de la sociología Argentina. ‘Comentarios de la Constitución’, el estudio crítico que hace Sarmiento de la Constitución Nacional del 1853 y observaréis la presencia de un pensador profundo en la materia”.

Y continúa el historiador: “Leed las biografías de Aldao y del Chacho y veréis que no fatiga por animadversión a los caudillos que tanto entorpecieron la organización nacional, sino por los obstáculos que presentaban para civilizar al pueblo argentino.

Leed sus polémicas con Alberdi, con Bello, con Rawson, y comprenderéis el talento de que estaba dotado nuestro comprovinciano, tal vez no superado hasta hoy por hombre alguno ya que Sarmiento era un erudito en todos los puntos que abordaba.

argirópolis

Leed las campañas periodísticas de todo su tiempo y notaréis la amplitud de miras que lo inspiraban al genial escritor. En fin, leed todas sus obras y entonces podréis conocer bien a Sarmiento como hombre múltiple. Ahora, ¿cuántos de vosotros ha leído las obras enumeradas?, ¿la mitad?,  ¿el 20 %?, casi casi estaría por atreverme a decir que muy poquitísimos”.

El rastreador

El rastreador es uno de los escritos de Domingo Faustino Sarmiento más difundidos. En los antiguos Manuales de San Juan se incluía como lectura obligatoria para los niños de las escuelas primarias, como en el de Odín Gómez Lucero, de 1936.

En el aniversario 132 del fallecimiento del Maestro de América, Destino San Juan rinde homenaje difundiendo este texto que describe la  figura del rastreador. El mismo, aparece en el libro Facundo, escrito por Sarmiento en el año 1845, donde también escribió sobre el “gaucho malo”, “el baqueano”  y “el cantor”.

facundo

“El más conspicuo de todos, el más extraordinario, es el rastreador. Todos los gauchos del interior son rastreadores. En llanuras tan dilatadas, en donde las sendas y caminos se cruzan en todas direcciones, y los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un animal y distinguirlas entre mil; conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o de vacío: esta es una ciencia casera y popular”, comenzaba diciendo Sarmiento.

Luego relataba una experiencia personal: “Una vez caía yo de un camino de encrucijada al de Buenos Aires, y el peón que me conducía echó, como de costumbre, la vista al suelo. ‘Aquí va -dijo luego- una mulita mora, muy buena… esta es la tropa de Don N. Zapata… es de muy buena silla… va ensillada… ha pasado ayer…’

Este hombre venia de la Sierra de San Luis, la tropa volvía de Buenos Aires, y hacía un año que él había visto por última vez la mulita mora, cuyo rastro estaba confundido con el de toda una tropa en un sendero de dos pies de ancho. Pues esto que parece increíble, es con todo, la ciencia vulgar; este era un peón de árrea, y no un rastreador de profesión”.

rastreador

Un gaucho reservado

Y continuaba el texto: “El rastreador es un personaje grave, circunspecto, cuyas aseveraciones hacen fe en los tribunales inferiores. La conciencia del saber que posee le da cierta dignidad reservada y misteriosa.

Todos le tratan con consideración: el pobre porque puede hacerle mal, calumniándolo o denunciándolo; el propietario, porque su testimonio puede fallarle. Un robo se ha ejecutado durante la noche: no bien se nota, corren a buscar una pisada del ladrón, y encontrada, se cubre con algo para que el viento no la disipe.

Se llama enseguida al rastreador, que ve el rastro y lo sigue sin mirar sino de tarde en tarde el suelo, como si sus ojos vieran de relieve esta pisada que para otro es imperceptible. Sigue el curso de las calles, atraviesa los huertos, entra en una casa y señalando un hombre que encuentra, dice fríamente:

‘¡Este es!’. El delito está probado, y raro es el delincuente que resiste a esta acusación. Para él, más que para el juez, la deposición del rastreador es la evidencia misma, negarla sería ridículo, absurdo. Se somete, pues, a este testigo que considera como el dedo de Dios que lo señala.

Yo mismo he conocido a Calíbar, que ha ejercido en una provincia su oficio durante cuarenta años consecutivos.

Tiene ahora cerca de ochenta años, encorvado por la edad, conserva, sin embargo, un aspecto venerable y lleno de dignidad. Cuando le hablan de su reputación fabulosa, contesta: ‘ya no valgo nada; ahí están los niños’. Los niños son sus hijos, que han aprendido en la escuela de tan famoso maestro.

Calibar

Se cuenta de él que durante un viaje a Buenos Aires le robaron una vez su montura de gala. Su mujer tapó el rastro con una arteza. Dos meses después Calíbar regresó, vio el rastro ya borrado e inapercibible para otros ojos, y no se habló más del caso.

Habilidad increíble

Año y medio después, Calíbar marchaba cabizbajo por una calle de los suburbios, entra a una casa y encuentra su montura ennegrecida ya y casi inutilizada por el uso. Había encontrado el rastro de su raptor después de dos años”.

Luego Sarmiento relataba otra historia que también tenía a Calíbar (si con b) de protagonista y un reo condenado a muerte que se había escapado de la cárcel en el año 1830.

“Calíbar fue encargado de buscarlo. El infeliz, previendo que sería rastreado, había tomado todas las precauciones que la imagen del cadalso le sugirió. ¡Precauciones inútiles! Acaso solo sirvieron para perderle, porque comprometido Calíbar en su reputación, el amor propio ofendido le hizo desempeñar con calor una tarea que perdía a un hombre pero que probaba su maravillosa vista.

El prófugo aprovechaba todos los accidentes del suelo para no dejar huellas, cuadras enteras había marchado pisando con la punta del pie, trepábase en seguida a las murallas bajas, cruzaba un sitio y volvía para atrás, Calíbar lo seguía sin perder la pista.

Si le sucedía momentáneamente extraviarse, al hallarla de nuevo exclamaba: ‘dónde de mi te has dir!’ Al fin llegó a una acequia de agua en los suburbios cuya corriente había seguido aquel para burlar al rastreador, ¡inútil! Calíbar iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar.

Al fin se detiene, examina una yerbas y dice: ‘por aquí ha salido, no hay rastro pero estas gotas de agua en los pastos lo indican’. Entra en una viña, Calíbar reconoció las tapias que la rodeaban y dijo: ‘dentro está’.

La certeza del rastreador

La partida de soldados se cansó de buscar y volvió a dar cuenta de la inutilidad de las pesquisas. ‘No ha salido’, fue la breve respuesta que sin moverse, sin proceder a nuevo examen, dio el rastreador. No había salido, en efecto, y al día siguiente fue ejecutado”.

Un año después, continuaba relatando Sarmiento, en 1831, algunos presos políticos intentaban una evasión, todo estaba preparado, los auxiliares de fuera prevenidos.

“En el momento de  efectuarla, uno dijo:

-Y Calíbar?

-Cierto! contestaron los otros anonadados, aterrados, Calíbar!!

Sus familias pudieron conseguir de Calíbar que estuviese enfermo cuatro días contados desde la evasión, y así pudo efectuarse sin inconveniente.

¿Qué misterio es este del rastreador? ¿Qué poder microscópico se desenvuelve en el órgano de la vista de estos hombres? ¡Cuán sublime criatura es la que Dios hizo a su imagen y semejanza!”.

Volver a leer a Sarmiento es una meta que debemos proponer en la formación de niñ@s y grandes.

Tal como dijera Guerrero: “Para conocerlo bien a Sarmiento os recomiendo leer sus obras con detenimiento”.