José Dolores

Gaucho José Dolores: el Robin Hood sanjuanino

No hay documentos que certifiquen su existencia, pero en San Juan casi nadie duda de la historia de José Dolores Córdoba, “el gaucho bueno”, el “Robin Hood sanjuanino”. Lo mismo sucede con la Difunta Correa de quien no hay documentos de su vida, pero sus devotos se cuentan por millones.

Lo que se sabe de la historia de José Dolores es fruto de la creación del relato oral y todo lo publicado responde a lo que se contó de boca en boca. Por eso hay algunas cuestiones que no coinciden con la realidad, como suele suceder en el armado de las leyendas donde la gente pone y saca de su propia imaginación y sus propios deseos. En este caso también fue para crear un santo popular.

Su vida llena de dolor y de amoríos, su fama de curandero, su papel de cuatrero que robaba para darle a los pobres y su estampa de gaucho buenmozo, aportan todos los elementos para un best seller con un final hollywoodense: traicionado y asesinado por amor.

Su verdadero nombre era José Faginay o Bajinay (según los distintos historiadores). Fernando Mó en “Cosas de San Juan” tomo lll señala que nació el 19 de marzo de 1805 y falleció el 14 de febrero de 1858 a los 53 años.

Otro relato señalaba que su madre murió poco tiempo después del nacimiento de José y fue criado por Saturnina Arce, sobrina del patrón donde se afincaron sus padres al llegar a San Juan. Ella fue quién lo bautizó con el nombre de José Dolores por la pena de su pérdida y Córdoba por ser hijo de un matrimonio muy pobre oriundo de Córdoba.

Mó lo retrató como un gaucho amigo de los niños y de la vida familiar que nunca salió de los límites de la provincia y que vivió en Pocito, Caucete y en la zona de la Lagunas. “A veces se perdía en la serranía para hacer arreos al Tontal y Calingasta, cuyos vericuetos conocía como ninguno. Contrariamente a lo que sucedió con Martina Chapanay y Santos Guayama, no tuvo comisión interprovincial pues no se vinculó a las huestes federales de Facundo Quiroga ni de Ángel Peñaloza.

Transitoriamente, fue forzado a enrolarse en las milicias civiles aun cuando sus preocupaciones eran otras, lo atraía la caridad y el servicio generoso de los pobres robando muchas veces para satisfacer necesidades ajenas”.

Entrada del oratorio José Dolores, en el departamento Rawson.

Por ayudar a los pobres se convirtió en cuatrero perseguido constantemente por la policía. No formó familia pero tuvo varios amoríos y lo vinculaban con Tomasa y Rosa, en distintos tiempos, dos jóvenes que vivían en lo que se conoce hoy como Quinto Cuartel, en Pocito. Su fama de hombre bueno, su talento con la guitarra y su figura lo ayudaban. Mó lo pintó como un hombre alto y delgado, de tez blanca y cabello renegrido aunque con algunas canas. Vestía a la usanza gauchesca de la época: bombacha gris ceñida en los tobillos, camisa abierta, pañuelo al cuello, sombrero aludo, y faja con facón atravesado en la cintura.

“Su estampa era varonil y atrayente, sobre todo cuando montaba su caballo castaño con ricos aperos. A todas partes le seguía su perro fiel llamado Qulitro, vocablo indígena que significa perrucho. Era buen jinete y cantor entonado, excelente jugador de taba, rastreador y enamoradizo ya que las mujeres gustaban de sus requiebros”, contó Mó.

José Dolores también tenía fama de “curandero” y las madres lo buscaban para curar el mal de ojo, el empacho y otros males que curaba solo los viernes. Jamás cobraba  ya que así, decía, mantenía intactos sus poderes. Y en su bolsillo no faltaba nunca una golosina para algún niño, como tampoco le faltaban las palabras de consuelo para huérfanos y viudas.

Sus grandes dotes de rastreador lo hicieron famoso en la región y podía distinguir un animal por el rastro, marca, pelaje, andar, y muchos otros detalles que distinguía con gran habilidad. Así se ganaba la vida llevando tropilla o campeando animales que se extraviaban. “José Dolores los rastreada y los entregaba a sus dueños. Jamás puso precio a su tarea conformándose, según las situaciones,, con una ternera o un cordero que carneaba apresurándose a repartir su faena entre los vecinos más necesitados”. Pero cuando no había trabajo, el gaucho no tenía pruritos en robar un animal si veía que alguna familia estaba pasando hambre.

Por eso en todos lados era muy querido y siempre había para él alojamiento, comida y alguna changa como domar un potro o tirar algún manso. Por las noches tocaba la guitarra improvisando canciones y recitados que agradaban al gauchaje. “Se sentía protegido por la amistad de muchos que le debían favores o gracias que se le atribuían con frecuencia, y así se fue pergeñando su personalidad que después despertaría gran devoción”, relató Mó.

Interior de la capilla José Dolores.

Pero no todos lo querían a José Dolores y su muerte fue casi un encargo.

Este relato es del profesor de Historia Edmundo Jorge Delgado, en su libro “La Difunta Correa y José Dolores, aportes para su estudio”.

La crónica de su fatal destino está enlazada a un amorío que tuvo con una joven mujer llamada Lorenza Calazán, quien a su vez era pretendida por su propio tío, Eustaquio Calazán, que era policía. Parece que José se enamoró de Lorenza cuya madre era cocinera en la misma estancia en la que trabajaba José, propiedad de Tadeo Rojo. Pero la madre de Lorenza no apoyaba ese amor y temía que su hija se fugara con el gaucho curandero.

“El enfrentamiento entre los pretendientes tenía que suceder y fue una noche de parranda. Parece ser que la madre de Lorenza no aceptada esta relación y esa noche de febrero de 1958 entregó a José Dolores a su contendiente y la fiesta terminó en tragedia  en la casa donde se realizaba, en la esquina Cenobia Bustos y Mendoza. Allí, nuestro personaje fue víctima de una celada”, escribió Delgado.

El policía fue con varios agentes y balearon a José Dolores en la vereda. Así herido, logró subirse al caballo, pero cayó en la calle que hoy lleva su nombre en Rawson. Quedó tendido en el árbol que sigue en pie y fue rematado por los policías que lo habían seguido.

Allí la gente comenzó a llevarle velas y pedirle alguna gracia y pronto se convirtió en otro santo popular. Con los años se formó una asociación de devotos que levantó la capilla que hoy puede visitarse sobre calle José Dolores 536 Este, en el departamento Rawson.

Cada año se realiza una cabalgata en honor al gaucho bueno y la gente continúa pidiendo y llevándole ofrendas. ¿Seguirá cumpliendo con los pobres como lo hacía antaño?