Era la imagen más identitaria del San Juan antiguo y había logrado imponerse a la arquitectura de la época como una postal perfecta.
La primera Catedral de San Juan, que habían construido los jesuitas en 1750, se derrumbó con el terremoto de 1944, cuando llevaba 177 años en pie; los más ancianos aún la recuerdan como un edificio hermoso y colonial.
El antiguo templo de San José de la Compañía de Jesús, transformado en Iglesia Matriz, con asiento en la parroquia de la ciudad (1775), fue elevado a dignidad catedralicia al crearse el Obispado de Cuyo en 1834, según el historiador Horacio Videla.
Videla destacó que el templo fue comenzado al retornar los jesuitas a la ciudad bajo la dirección del padre Luis de Santelices. Su arquitectura era románica, con bóveda de material, y dos torres simétricas.
«Cuando se analiza la cantidad de donaciones que la residencia jesuita recibió para la nueva iglesia (…) no cabe duda acerca de la magnitud de semejante obra arquitectónica.
Así también, es fácil imaginar cómo la construcción de este edificio pudo interrumpir la tranquila vida sanjuanina alrededor de la plaza entre los años 1751 y 1767″, escribió la historiadora Celia López.
Estaba construida con ladrillos y piedras. En su exterior resaltaban sus dos torres y una cúpula. En su interior, se imponían las imágenes de Jesucristo, la Virgen María y San Juan Bautista. Todas sobrevivieron al terremoto del 44.
El terremoto destruyó el 80 % de la Ciudad de San Juan. Si bien las primeras estimaciones hablaban de 15.000 víctimas, entre muertos y heridos, estudios posteriores (Healey, 2002, Mendoza, 2004, Alvarado y Beck, 2006) indicaron que el número de muertos en este terremoto fue de alrededor de 9.000 personas.
El profesor de Historia Jorge Delgado escribió que luego de la expulsión de los jesuitas de las colonias de España, en 1767, el templo quedó bajo la tutela del clero diocesano.
“Es así que otros sacerdotes -y también laicos- continuaron con los trabajos de arreglos generales y adornos, especialmente del interior del fastuoso templo, poniéndolo a tono con la fisonomía arquitectónica que iba adquiriendo la ciudad de San Juan”.
Detalles de la catedral
En la larga relación de dignatarios eclesiásticos que se preocuparon por aquella Iglesia Matriz, se desatacaron Fray Justo Santa María de Oro, Timoteo Maradona, Eufrasio Quiroga Sarmiento, Wenceslao Achával, entre otros.
“Una de las innovaciones fue la realizada en 1817, cuando las columnas fueron revestidas de colgaduras y artistas italianos fueron traídos especialmente desde Buenos Aires para vivificar y completar el dorado de los altares”.
Recién en 1824 se terminó de construir la segunda de sus torres que había quedado inacabada.
La catedral tenía una enorme puerta de hierro forjado, única en aquellos tiempos, construida por el herrero y armero español, don Juan Espada. También era sorprendente el trabajo en estuco o yeso con que se enlució el frontispicio.
Delgado relató también que a principios del siglo XX se colocó un órgano en el coro, “grandioso en sus formas y de una construcción envidiable”, contando con un mecanismo de doce registros.
“Se dice que cuando las manos ejecutaban su teclado, una armoniosa música celestial colmaba los espacios de aquel recinto sagrado, rebosando de espíritu religioso a los devotos fieles.
También se cuenta que en las tradicionales misas de once de los días domingos, el maestro organista Alfredo Cimorelli ejecutaba inolvidables piezas musicales religiosas”.
En 1932 la antigua catedral fue declarada Monumento Histórico Nacional.
En el recuerdo de un escritor
En 1950, Juan Conte Grand publicó su libro “La ciudad en ruinas” donde aporta más datos de la antigua catedral.
“Inconmovible frente al progreso mecánico y a las transformaciones del siglo se erguía el viejo monumento de sencilla arquitectura.
Las recias torres, sin ser altas, elevábanse sobre las casas vecinas como dos brazos maternales. Su color blancuzco, desteñido por el tiempo, recibía el sol y lo reflejaba hacia la plaza con brillos enceguecedores.
Poco más abajo de las campanas, a las cuales ajustaban sus sones todos los bronces de la ciudad, dos circunferencias gemelas señalaban la presencia de sendos relojes, de los cuales uno solo, el más joven, vivía para contar el paso del tiempo”.
Luego, los protagonistas de la historia -atravesados por el terremoto de 1944-, recuerdan que desde donde se veían las estatuas de los Apóstoles «se había defendido el general Acha contra los federales de Benavides».
“Lentamente subieron la escalinata. A la derecha del altar mayor encontraron la tumba de los obispos. En humilde cajón carcomido por los años descansaba el ‘diputado de los pueblos’, el Fraile de la República cuyo corazón, separado del cuerpo y guardado como un tesoro por las hermanas de Santa Rosa de Lima, había llevado a otra parte la invisible pero inmanente presencia, para que el pueblo compartiera su custodia.
Pero el dueño del corazón que proclamó a la independencia no reposaba solo; en la soledad conventual era acompañado por el ilustre monseñor Quiroga Sarmiento, por el cordial obispo Achával, de conocidas aficiones al viento Zonda, y por Fray Marcolino Benavente, insigne patriota y tribuno.
Los jesuitas en San Juan
La historiadora Teresa Michieli, en su libro “Huarpes, españoles y jesuitas en Cuyo (siglos XVI a XVIII), relata que en 1609 se fundó la Residencia de Mendoza y se estableció el Colegio.
Desde allí, y durante una década y media (1609 a 1625) algunos sacerdotes de la Compañía de Jesús realizaron misiones a la actual provincia de San Juan, especialmente a la zona lagunera ubicada entre ambas jurisdicciones.
Sin embargo, no fue hasta mediados del siglo XVII que los jesuitas se establecieron en la ciudad de San Juan de la Frontera y su área jurisdiccional, si bien en forma intermitente.
La creación de la Residencia de San Juan de Cuyo tuvo como punto de partida algunas donaciones iniciales de propiedades que se verificaron a partir de 1656.
La fundamental fue la de Juan de Mallea, quien donó una viña y un solar frente a la plaza; la falta de sostenimiento de la misma y la presencia de sólo dos sacerdotes motivó que se cerrara en 1666, relató Michieli.
Casi cincuenta años después se produjo otra importante donación; esta vez Francisco Antonio de Marigorta y su esposa Josefa Molina donaron una estancia en Guanacache y otro solar frente a la plaza, vecino al que ya poseían, mientras que Margarita de Arce (de Mendoza) hizo lo propio con un solar y cinco esclavos.
A partir de allí comenzó un período de mayor estabilidad, aunque con algunos altibajos, como el de 1714 cuando la Residencia estuvo a punto de desaparecer si no se hubieran recibidos nuevas cesiones, especialmente de viñedos que incrementaron los que ya se poseían.
Hacia 1726 la compañia era autosuficiente, tenía cinco sacerdotes y diez esclavos negros, pagaba sueldo a los criados y producía vino. Con este sustento económico se comenzó la construcción de la nueva Iglesia hacia 1750/1751.
Esta etapa se cerró en 1767 con la expulsión de los jesuitas de todos los dominios españoles.
De la obra más importante de los jesuitas en San Juan solo quedan las postales de la hermosa catedral.